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Qué risa

Nos habían convocado para conmemorar el centenario del nacimiento de un famoso autor. Pero cuando subió al estrado el primer orador del acto dijo que no recordaba el nombre del homenajeado. La gente creyó que era una broma y aunque el señor orador lo dijo muy serio, o por eso mismo, todo el mundo comenzó a reir. Las risas, tontas y por tanto contagiosas, fueron prolongándose hasta que pese a tanto ruido se oyó decir a alguien: yo tampoco me acuerdo. Como lo dijo a risotadas, la risa de todos fue a más e incluso una descendiente del centenario autor, que se moría de la risa, se señaló la entrepierna en un gesto que tal vez quería decir que no podía más y que se iba a mear de la risa. Lo cual provocó muchas más carcajadas, claro. De pronto irrumpió un bedel en la sala. Iba a decir: señores, un poco de seriedad. Pero con los nervios erró y dijo: señores, un poco de sobriedad. A lo que alguien respondío: eso, eso, estamos borrachos. Como lo dijo con tanta gracia, la poca gente que tenía ya la risa apagándose pudo reir aún más y de nuevo. Una risa liberadora, febril, mayúscula, una risa como de otro mundo que se apoderó de la estancia, de los pensamientos, de los gestos y de las intenciones de todos. El bedel se fue. Riendo, claro. Y al irse dio un portazo hilarante, un portazo que fue la monda. Fue entonces cuando llegó el presidente de la entidad convocante del acto, que al observar, y oír, tremenda risotada, solo acertó a decir: esta gente qué se ha fumado. La frase sonó ridícula, claro. Sonó a humo, a payasada, a tipo rancio. Pero como era un hombre con sentido de la autocrítica y capacidad de humor (o al revés) fue consciente de la comicidad del momento y comenzó a sonreir. Pero al cabo de un minuto ya no podía detener sus mandíbulas.

De pronto alguien subió al estrado con un bolígrafo y pintó una sonrisa a la foto-cartel del autor centenario, cuyo rostró pétreo mejoró. El alborozo ante tal acción fue macanudo. Más jaleo y jolgorio y hasta bailes regionales, modernos y ocasionales. Palmas y pitos. Frenesí y toneladas de ruido. Estruendos y más. Llegó la policía. Dos agentes. El de más graduación preguntó gritando con voz atiplada: a ver, ¿cuál es el chiste? Fue entonces cuando su subordinado comenzó a desternillarse.

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