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Sostenibilidad de las pensiones

Cuando veo en el telediario a una locutora embarazada, pienso en el niño o la niña que lleva en su vientre y que de algún modo participa del trabajo de la madre. Nos dan las noticias los dos: el bebé y su progenitora. A esa criatura, de mayor, le explicarán que, aunque oculta, aparecía en la tele para contarnos los sucesos del día, las guerras, las batallas políticas y el tiempo atmosférico. Yo le preguntaba a mi madre con frecuencia qué hacía ella cuando estaba embarazada de mí y me decía que las cosas de la casa. Quitaba el polvo, fregaba los cacharros, preparaba la comida y atendía a su aseo personal, claro. De vez en cuando, iba al cine con mi padre o cenaba en la casa de unos primos con los que tenían mucha amistad. Yo trataba de imaginarme allí dentro. Mis órganos se formaban mientras ella no paraba de moverse. Aparecían mis dedos, mis labios, mis encías, la cuenca de mis ojos, mis ojos. ¿Cuánto tardan en hacerse unos ojos, cuánto la lengua, cuánto el hígado o los riñones, cuánto la piel?

Parece mentira que una cosa tan compleja como un niño pueda construirse sin prestar atención a su hechura. Mientras una mujer se ducha, los cartílagos del hijo se van solidificando. Mientras trabaja en la oficina, o donde quiera que trabaje, el aparato digestivo del crío o de la cría se manifiesta célula a célula, como de la nada. No es preciso que la madre se concentre al modo en que me concentro yo para parir una frase. Lo hace como de pasada, mientras aguarda en la cola de la máquina de su empresa para prepararse un café.

Ayer, en el autobús, iba de pie una mujer embarazada. Intenté cederle el asiento que ocupaba yo, pero rechazó cortésmente la invitación. Dijo que le venía bien permanecer de pie, pues pasaba mucho tiempo sentada en su trabajo. El niño o la niña debían de estar ya completamente hechos, pues tenía el vientre muy abultado. Pensé que la naturaleza se estaría aplicando a los últimos retoques, como el ebanista que, una vez terminado el mueble, comprueba con la yema de los dedos que su superficie no tiene imperfecciones. El embarazo de la mujer del telediario es poco perceptible aún, pero ya está en marcha. Me gustaría que nos dijera si conoce el sexo de la criatura.

Antes de final de año, el gobierno tiene que presentar un plan de reforma de las pensiones según el compromiso adquirido en el plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia, que ha sido la base que nos ha permitido recibir los fondos Next Generation con los que remontar los efectos negativos de la crisis pandémica.

Nuestro sistema de pensiones es de reparto, por lo que su sostenibilidad está en teoría asegurada ya que el Estado tiene la obligación de recaudar recursos suficientes para atender a las obligaciones contraídas con los pensionistas. Sin embargo, puesto que se prevé un repunte del número de pensionistas por efecto del baby boom entre los años 50 y 70 del pasado siglo, parece necesario realizar algunos ajustes que eviten que el caudal destinado a este fin, que actualmente representa el 12 % del PIB, no supere en ningún caso el 15 %, ya que podrían verse dañadas otras parcelas muy importantes del estado de bienestar.

Las reformas que parece barajar el gobierno para equilibrar más fácilmente el sistema son el incremento de las bases máximas de cotización (una reforma asimétrica, ya que las pensiones más altas están topadas) y la ampliación del periodo de cómputo. Sea como sea, lo importante es salvar el principio de mantener el poder adquisitivo de los pensionistas. En la actualidad, el 52 % de los pensionistas no alcanzan siquiera el salario mínimo interprofesional. En estas condiciones, no sería de recibo sugerir siquiera que puede haber algún retroceso a la vista.

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