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España: crece la influencia fuera y la tensión dentro

Pedro Sánchez.

Pregunten en cualquier cancillería de Europa o de América y les reconocerán un notable avance de la influencia internacional de este país. España pesa cada vez más, pese a quien pese, y a algunos les pesa mucho, porque detectan ahí un gran activo del presidente Pedro Sánchez para su eventual reelección. Nada que ver con el saco de piedras que carga en su espalda, producto de errores y excesos de los suyos, que los hay, y de sus socios de gobierno que arman líos constantemente; por no hablar de las exigencias de sus apoyos parlamentarios. Así que todo está en el aire electoralmente salvo para el CIS, que atribuye al PSOE números positivos a los que convendría quitarles el IVA.

Que España pesa más lo aprecian quienes salen al exterior, incluidos empresarios y exportadores. Además, los que están viendo llegar inversiones impensables antes, fruto de esa acción internacional y de la imagen de solvencia que se proyecta en reuniones con multinacionales y fondos. Pongamos como ejemplo la reciente inversión de diez mil millones de euros por parte de Cisco en Cataluña. Sánchez lo dejó claro: «las inversiones de SEAT y Cisco no llegarían en la Cataluña del procés». O también la apertura del Centro de Ingeniería de Ciberseguridad de Google en Málaga. En el primer semestre de 2022 la inversión extranjera en España aumentó casi un 90 por ciento, más de la mitad procedentes de Estados Unidos y Reino Unido.

Las circunstancias se han concatenado para que todo eso, incluida la influencia en el exterior, sea posible. Las crisis del Covid y de la guerra de Ucrania han exigido mayor protagonismo y liderazgo de la Unión Europea cuando estaba más débil, por la salida de la segunda potencia integrante, el Reino Unido, que ahora paga las consecuencias. En la mesa de decisiones a cuatro de la UE falló esa pata y España, que tenía en ese momento un presidente formado en la escena internacional (Bruselas, Kosovo, etc), ocupó su puesto. Pero además la pata italiana comenzó a flaquear, lo que todavía hizo más imprescindible la presencia española. Y se supo aprovechar. En Italia estos días lamentan que en esa foto de crisis captada en un extremo del salón donde se celebraba el G-20 en Indonesia, no estuviera la sucesora de Mario Draghi, Giorgia Meloni. Allí aparecen debatiendo Biden, Scholz, Macron y Sánchez. «Ver esa foto me reconforta», afirma José Ignacio Mora, director general de Sercobe, asociación de exportadores de bienes de equipo que engloba a casi cien empresas.

«El problema de Pedro Sánchez es que, mientras está en Indonesia y participa en esa foto extraordinaria, aquí la guardería se le alborota», advierte un solvente periodista que en su medio no podría escribir esta opinión sin consecuencias laborales porque está decretada la demolición del presidente.

Ha sido penoso el conflicto en torno a la debilidad de la Ley del Solo es sí, es sí, donde según había advertido, y con razón, una diputada del Partido Popular, Marta González, faltaba una disposición transitoria. La ministra Irene Montero, al producirse rebajas de penas, acusó de «machistas» a los jueces, generando una virulenta reacción. Su ley lo facilitaba. Quizás no recuerda la ministra que en la judicatura española hay más juezas que jueces y la mayoría de ellas jóvenes, entre treinta y cincuenta años. Valga decir que el ensañamiento posterior contra Irene Montero ha sido inaceptable. Un locutor de radio leyó de carrerilla docenas de agrios insultos contra ella. Deplorable hazaña. La polarización interna empaña la excelente imagen internacional de España.

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