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La crisis de UP. Iglesias contra Díaz

Yolanda Díaz y Pablo Iglesias.

La coalición gubernamental es ya un tripartito: están el PSOE, el sector de Yolanda Díaz y el de Podemos. Es una afirmación que realizaba este domingo Carlos E. Cué en una atinada crónica de situación, en que daba cuenta de las reacciones a las consecuencias prácticas de la ley del sí es sí. Incluyendo el durísimo ataque de Pablo Iglesias a Yolanda Díaz, a la que sin citarla tildó el viernes de «cobarde, miserable y estúpida» por no defender a Irene Montero.

La ley 10/2022 de garantía integral de la libertad sexual es un indiscutible avance en la defensa de la libertad de las personas, especialmente de las mujeres víctimas de violencia de género. Esta afirmación incuestionable no es incompatible con la evidencia de que, aunque el articulado de la ley pueda ser impecable, se ha cometido un error de principiante en la tarea legislativa al desconocer y prevenir las consecuencias que la nueva norma produciría. Y no es cierto que nadie advirtiera de esa posibilidad: el preceptivo informe del Consejo General del Poder Judicial ponía de manifiesto en los puntos 241 a 245 el riesgo de que se concedieran rebajas en las revisiones de sentencia que inevitablemente se producirían al modificarse el Código Penal en estos delicados asuntos. En definitiva, la ministra responsable de la ley, Irene Montero, pecó de arrogante al no buscar el suficiente asesoramiento técnico, por lo que es suya la responsabilidad de los efectos indeseados que la norma está produciendo; en concreto, la rebaja de penas de algunos delincuentes sexuales e incluso su puesta en libertad.

Con la autoridad que nos concede a algunos la crítica frecuente que hemos dedicado a las decisiones judiciales cuando lo hemos creído conveniente, podemos afirmar esta vez que es injusto culpar a los jueces de impreparados o de machistas por lo que está ocurriendo. La retroactividad de las leyes penales cuando se beneficia al reo es un viejo principio que nos llega del derecho romano, y ninguna consigna podría evitar su aplicación a menos que la propia norma no lo tuviera previsto, lo que no es el caso. Con la particularidad de que el desaguisado ya no tiene remedio puesto que si se reformara ahora la ley, prevalecería la norma actual que sería más beneficiosa para los condenados. Así las cosas, solo resta esperar las directrices de la fiscalía, que llegarán esta semana, y la unificación de doctrina que realizará el Tribunal Supremo en un plazo de al menos un mes.

Las cosas son así, por muchos matices que se quiera introducir en el relato, y por ello se entiende mal que Pablo Iglesias, más en un papel de consorte que de dirigente político, haya salido en tromba a descalificar a Yolanda Díaz por un error cometido por Irene Montero, su esposa. Ya es hora de decir que resulta antiestética esta simbiosis asimétrica, que tanto recuerda otros episodios populistas de América Latina. Y es inevitable suponer que lo que realmente pretende el ex primer vicepresidente, ahora teóricamente retirado de los puestos de responsabilidad en la política, es controlar los futuros movimientos del espacio político ubicado a la izquierda del PSOE, porque no acaba de aceptar que una advenediza como Yolanda, que tiene una muy elevada cotización en las encuestas, acabe asumiendo el liderazgo de ese espacio, adquiriendo por tanto un ascendiente político y moral que abarcaría también a Podemos.

Hay pocas dudas sobre la influencia positiva que el partido de Pablo Iglesias ha tenido sobre la modernización política y moral de ese país, sobre los esfuerzos gubernamentales de la izquierda en favor de los sectores menos favorecidos y sobre la emancipación definitiva de la mujer y la integración de todas las minorías. Pero todo ello no justificaría su indolencia a la hora de agrupar a todas las fuerzas a la izquierda del partido socialista pretextando agravios personalistas, celos profesionales o desavenencias de caracteres. La situación requiere una respuesta adulta a las necesidades de ese país, que pasan por el mantenimiento de una línea de progreso, que solo se afirmará si la izquierda da pruebas de la magnanimidad necesaria para enterrar sus ancestrales diferencias y unir esfuerzos en beneficio de sus ideales.

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