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Óscar Izquierdo

Piratas en Tenerife

piratas en tenerife (1)

En la sociedad relativista, frentista en que vivimos y sensiblemente emotiva, sobresale el salvarse quien pueda individualmente o imponer criterios, pensamientos e ideologías a los demás de forma autoritaria. Prevalece el egoísmo, la conveniencia particular, con el agravante que lleva el impulso de imponerlo como dogma de conducta y lo que es peor, de obediencia. La libertad personal se desdeña porque lo que se quiere implantar es el concepto de rebaño, como conjunto de personas que se mueven gregariamente o se dejan dirigir en sus opiniones o gustos, tratando de que nadie piense y actúe por su cuenta, porque sería un verdadero peligro para el control social que se pretende.

El acuerdo aparece inalcanzable por el radicalismo de los distintos posicionamientos. Los enfrentamientos personales imperan por doquier. La empatía, esa sensibilidad de identificación con algo o alguien o la capacidad de compenetrarse con otras personas, compartiendo sus sentimientos o pareceres, no existe, se la ha borrado del interactuar humano. Todo es bronco, totalmente dialéctico, pero sin ganas de llegar a resultados positivos, es la eterna discusión. Ya lo dijo el escritor, poeta y dramaturgo de origen irlandés Oscar Wilde: «Hay quien cree contradecirnos cuando no hace más que repetir su opinión sin atender la nuestra».

Las interminables disputas en Tenerife, a la hora de sacar adelante cualquier obra pública o privada, demuestra el fango donde nos han metido los que siempre han antepuesto su ideología absolutista, a los intereses generales de los ciudadanos y de la isla en general. Son unos verdaderos estorbadores, ya profesionalizados, es decir, puede que haya alguna remuneración por medio, porque de algo tienen que vivir y bien que lo están haciendo. Lo único que dominan es la destrucción, podríamos perfectamente identificarlos con la bandera, negra y con una calavera blanca, de los antiguos piratas de las películas, que tanto nos gustaban de niños.

Por otro lado, están los sobrados de fatuidad, es decir, de mucha presunción o vanidad infundada y bastante ridícula. Son los profesionales de distintos ámbitos académicos o colegiales, que siempre tienen una idea mejor a la propuesta a ejecutar, son los listillos de turno, haciendo todo lo posible para paralizar cualquier actuación ya aprobada que no sea la suya. Ponen obstáculos grotescos, por no denominarlos extravagantes, con tal de que salga adelante su propio proyecto, utilizando cualquier trama o mejor dicho, maquinación, para desprestigiar lo que otros ya han realizado, incluso miembros de su misma profesión o categoría técnica.

Lo que hemos aprendido en Tenerife, a base de sufrirlo y después de décadas donde estos personajes, la mayoría demasiado conocidos, como son los ecologistas noístas, los siempre pintorescos activistas y también, aquellos entendidos ególatras, es que se mantenga un permanente debate sobre lo que hay que hacer o deshacer para de esa manera perder el tiempo, entretenernos con bagatelas y que no se ejecute nada. Sobran discursos, proclamas y propuestas falsas de pactos, acuerdos o entendimientos. No los quieren, los aborrecen, no están dentro de su genética. Lo suyo es la confrontación persistente.

Tenerife necesita liderazgo interno para arrastrar potencialidades que sirvan para liderar nuestra Comunidad Autónoma, junto a Gran Canaria, en igualdad de condiciones y oportunidades. Cuanto añoramos a políticos valientes, que no se amilanen ante una caseta de campaña, pancarta, manifestación insignificante, alegaciones particularizadas, después vendidas como representativas de cualquier colectivo profesional o lo que es peor, el miedo a ponerse en su sitio y gobernar con gallardía, haciendo más que rindiéndose. Pero eso es una quimera en nuestra isla, en las demás funciona siempre. Los hechos lo demuestran.

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