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Alfonso González Jerez

Retiro lo escrito

Alfonso González Jerez

El legado

Miguel Concepción. Carsten W. Lauritsen

Este señor, el señor al que está a punto de caerle muy probablemente la ratificación de una condena desde las alturas del Tribunal Supremo, va a seguir saliéndose con la suya incluso después de despedirse del CD Tenerife. Verán ustedes, a mí me la pela absolutamente el CD Tenerife. Como a la mayoría de los tinerfeños, por otro lado. Los socios de esa entidad son unos pocos miles de ciudadanos. Los masoquistas que se interesan regularmente por las vicisitudes del susodicho equipo –que ha hecho de perder, cachanchanear y defraudar una monótona artesanía– son unas cuantas decenas de miles de personas más. Y aquí, en esta isla sobreviven a la crisis económica, a las élites políticas y empresariales y a su enlaberintado aburrimiento unos 950.000 bípedos. Ustedes, los aficionados, son una exigua minoría. Ustedes, los socios, la minoría microscópica de esa minoría exigua. Y sin embargo el CD Tenerife disfruta de una publicidad institucional incansable, de una atención delirante por parte de los medios de comunicación y de un conjunto de ayudas económicas, subvenciones y gangas que se han sucedido ininterrumpidamente desde hace décadas y no han decaído jamás, esmaltadas a veces por abusos, irresponsabilidades y opacidades. Solo el Cabildo tinerfeño le ha inyectado más de 43 millones de euros de fondos públicos en los últimos veinte años. En alguna ocasión se pretendió justificar esta pasta gansa con el supuesto impacto publicitario que para el nombre y la imagen de la isla significaba el CD Tenerife. Es casi un chiste si uno repasa cuánto tiempo ha jugado en primera división durante su siglo de historia. Más vale ser piadoso y olvidarlo. Quizás lo llaman Tinerfito –al cabo de cien años– por el cariño que se le profesa al hijo tonto de la familia, que produce una lástima compasiva a causa de su inutilidad irremediable.

En una de sus penúltimas entrevistas –Miguel Concepción se despide en su agonía más veces que Margarita Gautier en la suya– al ya cuasiexpresidente se le ocurrió que sería estupendo construir un nuevo estadio para el Tenerife a la altura de los sueños –o las siestas– de los aficionados. En realidad ya se había referido a esta monumental ocurrencia anteriormente. Les aseguro que aunque parezca mentira muchos tinerfeños ignoran que el estadio Heliodoro Rodríguez López –donde pierde habitualmente este conjunto deportivo– es propiedad del Cabildo Insular, que se lo ha cedido al CD Tenerife para su aprovechamiento y gestión. Bien, lo de Concepción se había olvidado aparentemente durante la efeméride del centenario, quizás por vergüenza, pero no, no es así. El presidente del Cabildo, Pedro Martín, ha retomado la indigna cuchufleta. A por un Maracaná chicharrero. Al fin y al cabo Martín y Concepción no saben nada de fútbol, pero coinciden en dos cosas: el gusto por los trajes a medida para mantener cierta dignidad morfológica y la obsesión por hacer algo que los recuerde. Dejar un legado, que se dice. Para la mentalidad del señor Martín un legado tiene que ser, para empezar, algo muy grande. Mejorar y fortalecer las políticas sociales y asistenciales de la corporación, por ejemplo, no puede ser un legado, y menos si se ponen en manos de Marian Franquet. Un legado tiene que ser vasto, chisporroteante y a ser posible caro. Un circuito del motor. O un estadio. Algo donde se pueda colocar una bruñida placa el día glorioso de la inauguración, con muchos fotógrafos, muchas cámaras, muchas corbatas, muchos curas chorreando agua bendita. Es curioso el destino de Martín. De llegar al Cabildo sin el más modesto programa de gobierno, sin objetivos estratégicos, sin ganas de trabajar incluso, a buscar un legado donde sea para que alguien sepa o descubra, en un futuro inimaginable, que él estuvo ahí. Que no es un chiste del folklore socialista del siglo XXI, sino un presidente de carne y hueso, de hueso y carne, como Concepción mismamente.

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