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Sin noticias de América Latina

Migrantes solicitantes de asilo, en su mayoría de Cuba y Venezuela, esperan a ser llevados ante la policía de fronteras de EEUU. Reuters

Con mi abuela María, en el Santuario de Las Nieves, recuerdo la oración por los primos de Venezuela. Por entonces, con las difíciles y lentas comunicaciones, no se podía aplicar aquello del «no news, good news». Más bien, la ausencia de noticias generaba cierta ansiedad y se esperaban las cartas desde el otro lado del Atlántico como un auténtico regalo.

En América Latina pasan cosas interesantes todos los días. Sin embargo, casi nada de lo que allí sucede suscita gran interés en Europa. No era así cuando con el cambio del siglo tuve mi primer periodo en aquel mundo desmesurado. Casi todo el continente experimentaba el retorno a regímenes democráticos después de los años oscuros de las dictaduras militares. Por entonces, los movimientos sociales latinoamericanos se seguían apasionadamente a este lado del Atlántico, como su música, su literatura…

El caso es que los intereses (informativos) europeos (y los españoles) con respecto a América Latina ceden ante otras preocupaciones: la guerra de Ucrania, la carestía energética, los movimientos migratorios desde África, las pretensiones de China… Y, como sucedía con mi abuela María, la ausencia de noticias no significa que las cosas van bien.

La fiesta de la democracia, quizás leída con demasiado optimismo, hoy parece clausurada en un mundo a la defensiva, y apenas dio tiempo a las sociedades latinoamericanas para generar estados con instituciones consolidadas y ciudadanía con cultura política democrática. La inestabilidad y debilidad de algunos liderazgos solo parece compensarse cuando acceden al poder gobernantes que tienden al totalitarismo.

La situación en Cuba, Venezuela o Nicaragua, que directamente reniegan de la democracia liberal, con poca o ninguna libertad en los medios de expresión no afines, con persecución de quienes mantienen posiciones políticas que no caben en sus regímenes, o que no diferencian entre los tres poderes institucionales no son las únicas anomalías. Por doquier, el fracaso de las instituciones para proporcionar los servicios básicos de un estado protector (educación, salud, seguridad) alienta el apoyo a opciones políticas personalistas al margen de los partidos y con notoria incapacidad para la gestión de la compleja maquinaria pública; el crimen organizado ocupa muchos espacios en todos los niveles sociales, desde las clases más populares, hasta las élites económicas y políticas en no pocos países; los complejos equilibrios de separación de poderes, requeridos para hacer de la democracia algo más que un acarreamiento periódico a las urnas, se muestran frágiles y se debilitan en luchas internas sorprendentes.

Sin embargo, todo esto sería abordable desde una gestión política y educativa más o menos acertada, con el debate público de las diferentes opciones, si no concurriere el desestabilizador manejo de la comunicación digital. Se colocan mentiras y se promueven campañas de desinformación que deterioran instituciones y partidos en favor de actores presuntamente nuevos y limpios aunque, en realidad, más fácilmente manipulables por las organizaciones criminales. Sorprende cómo la imagen digital y la reputación digital sustituyen a la presentación de los problemas reales y a la propuesta de ideas de gestión política para afrontarlos.

Quienes vivimos con esperanza el resurgir de las democracias latinoamericanas en los años ochenta y noventa no podemos menos que sorprendernos ante la doble sensación de que estamos perdiendo mucho de lo avanzado, de que con nuevas formas más sutiles estamos ante más de lo mismo, y de que a la comunidad internacional parece importarle poco. Claro está que para quienes ponemos nuestra esperanza en un crucificado esto tiene poca novedad. Toca mirar tanta resurrección y vida que, encarnada en personas concretas, se oponen cada día a esa capacidad destructiva que tienen algunas ideologías totalitarias o esas personas y organizaciones que sencillamente buscan en exclusiva su interés, su poderío, su enriquecimiento, a veces como crimen organizado y en otras como parte de las empresas comerciales o la administración pública. En realidad, y es dicho también de abuela, más ruido hace el árbol que cae que el bosque arrullado por la brisa suave.

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