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Joaquín Rábago

La estrategia de Occidente frente a Rusia no convence al resto del mundo

La estrategia de la Occidente de aislar totalmente a Rusia por su invasión ilegal de Ucrania no convence al resto del mundo, que tiene otros intereses y preocupaciones y se resiste a seguir ciegamente a Washington como hacen sus aliados europeos.

Lo hemos visto, por ejemplo, con Arabia Saudí, que hizo caso omiso del presidente de EEUU, Joe Biden, cuando éste pidió que utilizara su influencia en la OPEP para aumentar la producción de crudo de los países del cártel y abaratar así su precio.

También la India, pese a ser un aliado estratégico de EEUU, se ha negado a condenar a Rusia y parece haber incluso reforzado últimamente sus lazos con Moscú. O Turquía, cuya pertenencia a la OTAN no le impide coquetear con Moscú cuando le intersa.

En América Latina, las izquierdas han avanzado en muchos países mientras que África da la espalda a sus viejas potencias coloniales y no le hace en cambio ascos a China. El mundo está cambiando, y EEUU no quiere darse cuenta.

Estamos viendo un proceso histórico que presagia el fin de la hegemonía global de EEUU, que este país intenta, sin embargo, mantener por todos los medios gracias a la Alianza Atlántica.

Pero la superpotencia se está destruyendo desde dentro si hemos de creer las estadísticas: su tasa de mortalidad se ha disparado, y el índice de pobreza infantil es del 17 por ciento, uno de los más elevados del mundo, según un informe de la Universidad de Columbia.

Hay allí en torno a medio millón de personas sin hogar y dos millones de presos, de un total de diez millones en todo el mundo: en su mayoría son afroamericanos y de otras minorías étnicas.

Al acabar la Guerra Fría y quedar EEUU como única superpotencia, Washington pudo imponer durante unos años su voluntad al resto del mundo utilizando instituciones como el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial, denuncia el ex diplomático etíope Mohamed Hassan, autor de “La estrategia del caos”.

El proyecto norteamericano de remodelar Oriente Medio conforme a sus intereses económicos y geoestratégicos con el pretexto de la guerra global contra el terrorismo resultó un enorme fiasco como demuestra el caso de Irak.

Washington invadió el país de Sadam Husein también con otro pretexto, el de las supuestas armas de destrucción masiva, aceptado sin rechistar por nuestros dóciles gobiernos, en lo que no era sino un intento de controlar su petróleo.

Aquella intervención militar sólo provocó la destrucción del país, cientos de miles de muertos y una espectacular subida de los precios del crudo, justo lo contrario de lo que pretendía EEUU.

De la larga guerra de Afganistán, insensata aventura en la que también siguieron a la superpotencia sus aliados europeos, y de su desastroso final con Biden ya en la Casa Blanca, mejor no hablar.

En África tampoco se han olvidado las despectivas palabras del ex presidente Donald Trump cuando calificó tanto a Haití como a los subsaharianos de países de “mierda” (shithole countries).

No parece haber servido de mucho la visita a ese continente del secretario de Estado de Biden, Antony Blinken, en un intento de contrarrestar “las perniciosas influencias de Rusia y China”.

Blinken tuvo allí una acogida “más bien gélida”.

Y es que EEUU parece reservarse el derecho a influir en el resto del mundo: los demás, sobre todo China, su principal rival económico, son siempre intrusos.

Por cierto, los gobiernos europeos, hoy apiñados en torno a Washington, sí han olvidado el comentario que hizo la secretaria adjunta del Departamento de Estado Victoria Nuland mientras, con ocasión del Euromaidán, mangoneaba descaradamente en la política ucraniana: “Fuck the EU” (¡Que le den a la UE!).

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