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Isidoro Sánchez

Dulce María Loynaz y Tutankamon

Dulce María Loynaz

En diciembre de 1992 tuve la oportunidad de conocer personalmente a la escritora cubana, la poetisa Dulce María Loynaz, en su casa de El Vedado, La Habana, gracias a la generosidad del orotavense Paco González Casanova, amigo de Fidel Castro. Mi viaje a Cuba se debió en ese entonces a mi interés por los asuntos cubanos por cuanto era eurodiputado y miembro de la comisión UE-Cuba y de manera especial por el anuncio del cambio de la Constitución cubana anunciado por su gobierno. Le llevé unos turrones y un libro reeditado por el gobierno de Canarias en 1992: Un verano en Tenerife. Cuando la visité a las cinco de la tarde del jueves 10 de diciembre había cumplido noventa años de edad y disfrutaba del Premio Cervantes que España le había concedido entonces, al igual que del premio La Giraldilla que el ayuntamiento habanero le había obsequiado.

Cuando le entregué el libro de sus viajes a Canarias para que me lo firmara, Dulce María lo abrazó y me comentó que lo sentía mucho pero ese libro se lo quedaba ella. Me sorprendió pero me lo temía y por eso compré antes un librito en una librería de la universidad de La Habana que se titulaba Poemas Náufragos, editado en 1991 por Letras Cubanas. Entonces le pedí que me lo firmara y me dedicó una frase que guardo como oro en paño: «A Isidoro Sánchez que me ha traído esta tarde el perfume de sus Islas». Lo que no sabía era que entre los textos de Poemas Náufragos había incluido Carta de amor al Rey Tut-Ank-Amen (sic). Un poema que había escrito en 1929, el único fragmento que quiso conservar de su extenso Diario de Viaje, redactado durante su recorrido por Grecia, Turquía, Siria, Egipto, entre otros países, en el que contó la visita a Luxor, la antigua Tebas de Egipto donde pudo conocer en el valle de los Reyes la tumba del joven faraón Tutankamón, descubierta por el británico Howard Carter en noviembre de 1922. Entonces el poeta cartagenero Antonio Oliver Belmás, pareja de Carmen Conde, calificó el poema de Dulce María Loynaz como la «más desolada carta de amor que puede escribir una mujer sobre la tierra». Su amigo cubano, Pedro Simón, fue quien rescató estos Poemas Náufragos y en 1938 encontró de manera casual la copia de una carta que Dulce María había enviado a una amiga que sirvió para ilustrar a los poetas sobre la atmósfera espiritual que envolvía entonces a la escritora cubana y para encontrar las motivaciones del poema: «No hay canto mejor que el que no se dice. No hay nota que sea más bella que ese guion negro que es signo de silencio en los pentagramas. El canto del ruiseñor ya lo sabemos: el otro canto, el canto inmanente de todos los silencios … ¿cómo será? Silencio, silencio… Solo el silencio sugiere. Los demás hablamos o cantamos –que es hablar con metro y consonante y algunos ni a eso atienden ya– pero solo el silencio, solo el silencio da derecho a esperar algo mejor… Quizás por eso me enamoré de Tut-Ank-Amen, amante sin palabras que no podrá contestar nunca mi carta, amante hierático, inmutable, ungido de ese supremo prestigio de la Muerte. Sí, yo amo a Tut Ank-Amen porque tiene el silencio de la Muerte, el prestigio de la Muerte. Lo amo porque está muerto (Oh, este exquisito sentido de la Muerte…) Si lo viera sentarse sobre el último de sus sarcófagos, desatar sus vendas de momia y salir a limpiarse el polvo de los siglos de las sandalias (…) dejaría en el acto de amarlo». En ese año de 1938 la revista cubana Grafos publica la Carta de Amor al Rey Tut-Ank-Amen y en 1953 Dulce María lo hace en España. En 1988, Dulce María dejó una visión más objetiva y escribió que la Carta de amor es casi un delicado juego poético, un encaje con los más sutiles hilos de la fantasía. Obedeció a una circunstancia especial, al súbito encuentro de una muchacha sensible, imaginativa, con una edad cuatro veces milenaria y con la exquisita criatura de esa edad… Aquel fabuloso pasado emergía ante mis ojos. Acababa de rescatarse todavía virgen desde el fondo de los tiempos y de pronto se hacía presente, casi tangible, casi íntimo … Es de suponer la fascinación del instante. Pero fue eso mismo; no podía ser más…

Ahora puedo presumir de aquel viaje en 1992, ya que al año siguiente de conocer personalmente a Dulce María tuve la oportunidad de repetir la visita a su casa habanera, en 1993, para llevarle otro ejemplar de su novela de viajes: Un verano en Tenerife, que sí me firmó y dedicó de manera muy cariñosa: «A D. Isidoro Sánchez, viceconsejero de Relaciones Instituciones del Gobierno de Canarias, las inolvidables islas que inspiraron este libro. Que él lo reciba con la misma simpatía con que fue escrito. Diciembre 12 de 1993. La Habana». De esta manera puedo sugerirle al periodista Jacinto Antón que entre las pistas literarias que ha señalado en la prensa española para conocer a Tutankamón incluya este poema de la dama de las Américas, de la poeta del agua, de Dulce María Loynaz, quien, en palabras de Carmen Conde: «Es una isla, de la cual se desprenden los barcos y los aviones sin haber tocado tierra…» De hecho en diciembre de 2002 traje en avión un busto suyo, esculpido por el joven cubano Carlos Enrique Prado, para anclarlo en el Parque del Taoro del Puerto de la Cruz sobre un basalto volcánico mirando hacia la isla de La Palma.

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