eldia.es

eldia.es

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Observatorio

Pequeños pleitos, grandes problemas

Pequeños pleitos, grandes problemas

Una de las principales causas del desprestigio de la justicia no son realmente algunos fallos disparatados que a veces salen a la luz. En realidad, la insatisfacción más profunda proviene de los pequeños conflictos. La gente ve que si alguien no le paga, conseguir que lo haga cuesta tiempo y dinero. O que si alguien se mete en su casa, expulsarlo de ahí –lo obvio– no siempre es tarea fácil. O que si un vecino tiene un mal comportamiento, acabar con el problema es complicado. O que si le engañan en un comercio, también a través de la web, conseguir lo obvio, que le hagan justicia, es complicado. Lo mismo puede decirse con las constantes trifulcas entre excónyuges sobre el cumplimiento del régimen de visitas, el pago de la pensión u otros gastos o el uso pacífico de un inmueble. Todo deriva en un proceso judicial sencillo a priori, pero que se demora muchísimo y que cuesta dinero. Y que a veces ni siquiera hace justicia, dada la total ignorancia del juez respecto a las circunstancias que rodean el conflicto.

Nuestra justicia no está preparada en absoluto para resolver esos conflictos, lo que hace que no pocas veces deriven en una decisión de tomarse la justicia por su mano, lo que a veces es efectivo, pero es muy peligroso. Una sociedad de personas que arregla por sí misma esos conflictos es una sociedad violenta. De ahí al far west hay solo un pequeño paso.

Sin embargo, los estados no pueden dejar pudrir ese problema, aunque lo suelan hacer, provocando la sensación en la ciudadanía de que nada funciona. Se nota menos en los lugares en que la educación es mejor y transmite más valores cívicos. Pero allá donde se transmite, de un modo u otro, la cultura del pícaro –no me hagan poner ejemplos–, esos conflictos son muy frecuentes. En esas sociedades más cívicas es normalmente la policía la que hace una labor de mediación en esas pequeñas disputas, habitualmente muy efectiva. Reciben formación específica para ello y son seleccionados convenientemente. La gente de esos lugares sabe que, si llama a la policía, el problema se resolverá de inmediato. En cambio, en los lugares en los que la policía solo acude si hay sangre, y que se suele inhibir en el resto de pequeños conflictos, y que además ni siquiera posee la preparación y la cultura para mediar, esos desencuentros son muy frecuentes.

La solución, por tanto, depende muchísimo de esa transmisión de valores cívicos a nivel global, que consisten básicamente en la convivencia empática en libertad, procurando el bienestar ajeno, el saber escuchar y dialogar, así como en la abolición de la cultura de la queja sistemática para «sacar algo». Pero en tanto en cuanto esa solución no llega, hay que pensar en una alternativa que, por cierto, favorecería la solución. Al final, los policías, igual que los políticos, reflejan nuestra propia sociedad. Si esta última cambia, cambiarán ellos.

La alternativa consiste en la formación de conciliadores que deseen colaborar voluntariamente con la comunidad. Hay que determinar cuántos son necesarios para atender de manera muy rápida esos conflictos, de manera que el ciudadano sepa que, requiriendo su presencia, el conflicto se resolverá. Ese conciliador deberá comparecer en el lugar del conflicto acompañado de la policía en caso de riesgo y, considerada la situación, propondrá una solución de la que quedará constancia documental. En caso de persistir el problema, intervendrá la policía insistiendo –sin violencia– en la solución, abriéndose un proceso judicial si no cesa el conflicto.

No es preciso un gran esfuerzo, ni siquiera normativo, para poner en marcha el sistema. Basta seleccionar muy bien a los conciliadores, sabiendo que van a otorgar la prueba de la existencia del conflicto y la propuesta de solución, lo que supone una ventaja inmensa en un proceso judicial. Se trata de algo que pueden promover las administraciones autonómicas e incluso los ayuntamientos.

Si el sistema funciona debidamente, de repente la ciudadanía se sentiría más amparada, mejorando su comportamiento en general. Incluso los juzgados se verían descargados de muchos de estos pequeños pleitos que, no nos engañemos, no están preparados para resolver. Como ya se dijo hace muchos siglos, de minimis non curat praetor.

Compartir el artículo

stats