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Jorge Bethencourt

EL RECORTE

Jorge Bethencourt

Mascarillas con olor a pescado

Llegada de mascarillas y otro material sanitario en abril de 2020 de China que adquirió el Gobierno de Canarias para hacer frente a la pandemia. | | EFE/ÁNGEL MEDINA G. M. Á. Montero / D.E. Torres

“Aquí, el que la hace la paga”, ha dicho tronante el vicepresidente y consejero de Hacienda, Román Rodríguez. Estoy de acuerdo con él, a pesar de que algunos precedentes permiten pensar lo contrario, pero tiene un problema de tiempo verbal. El que la hizo ya los pagó. Me refiero a los cuatro millones de euros que se abonaron por un millón de mascarillas, que resultaron más falsas que una promesa electoral. Hace ya tiempo que volaron de la cartera del Gobierno. Está pagado y ya es pasado. Y me ha salido un pareado.

Se ha armado un revuelo con eso de si las mascarillas se compraron con dinero europeo del Fondo de Desarrollo Regional, que tiene la misma relación con la adquisición de material sanitario que un pulpo con un garaje. El Gobierno canario aseguró, al comienzo de esta historieta persa, que no se había usado dinero europeo. Luego resultó que sí. Luego se ha vuelto a decir que no. Y ahora resulta en que en unas compras sí y en otras no. Agüíta de tila para los nervios. Casualmente, los cuatro millones que se pagaron por las mascarillas falsas, que rápidamente se ordenaron quemar, no eran fondos europeos. ¡Qué zzzurerte!.

Por si sí o por si no, la Fiscalía Europea ha reclamado la investigación no solo del “caso mascarillas”, sino de otras compras hechas a empresas dedicadas a temas tan sanitarios como la venta de maquinaria agrícola o la importación de pescado. Hay bastantes más contratos de los que quieren saber cuántos se pagaron con “su” dinero.

Pero el origen del dinero, a mi entender, no es el problema. Gato blanco, gato negro, qué más da si caza ratones. El problema es que se ha verificado que hay una enorme cantidad material sanitario comprado a precios astronómicos. Hablamos de que hay alguno defectuoso e inservible almacenado junto a los sobrantes en los sótanos de los hospitales de las islas y, según algunas fuentes, en algunas naves industriales, convertidas en misteriosas tumbas del bochorno. ¿Estamos hablando de una compra que salió rana o de un desastre de sobreprecios y de material comprado sin ton ni son?

El problema es que a estas alturas nadie ha presentado un balance público serio de aquel desastre. No sabemos si el pánico social y mediático llevó a comprar un volumen excesivo de equipamiento sanitario. Nadie nos ha explicado por qué se pagaron precios disparatados. Ni por qué se ordenó quemar un millón de mascarillas falsas y sin embargo se ha almacenado otro material inservible.

Para ofrecer estos datos y hacer un balance de daños no hacía falta una fiscalía ni un juzgado. El propio gobierno tendría que haberlo hecho hace tiempo, separando el grano de las pajas. Pero no solo no lo hizo sino que con el regreso del debate, a causa de las investigaciones judiciales, se ha puesto muy a la defensiva. Algunos, incluso, al borde de un ataque de nervios. Eso es lo que peor me huele de todo esto. ¿A qué viene tanta movida si no hay nada que ocultar?

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