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Jair Bolsonaro | presidente de brasil

¡Oh, capitán!¡Mi capitán!

Jair Bolsonaro. Reuters

Poca gente sabe que el nombre completo de Jair Bolsonaro es Jair Messias Bolsonaro. Llevar un nombre como este, además de señalar a unos padres que quizás se dejaron llevar un poco por la alegría del recién nacido y depositaron en él esperanzas pelín exageradas, conlleva ciertas obligaciones al rorro. Es natural que el niño tuviera bien pronto elevadas expectativas sobre su propio futuro. Si uno se llama Messias, no se va a conformar con ser futbolista, que es a lo que aspiran todos los niños brasileños. Messias sabe que está destinado a alcanzar grandes metas, y a ello se aplicó Bolsonaro desde que tuvo uso de razón, aunque los años se encargarían de demostrar que de eso nunca tuvo mucho. Lo suyo sería reinar en el reino de los cielos, si bien ante la dificultad de la empresa, se conformó con hacerlo en Brasil, que es lo más parecido al cielo que existe en la tierra. Antes de dedicarse a la política, Jair Messias Bolsonaro hizo carrera militar, si es que a llegar a capitán se le puede llamar hacer carrera militar. En aquellos días fue arrestado por escribir un artículo quejándose de los bajos salarios de soldados y oficiales, mostrando así lo que sería una constante en su vida. -¿Se refiere usted a procurar por el bien común? -Me refiero a procurar por su propio bien. Pasó a la política para seguir luchando por la misma meta, y tras unos años ejerciendo de diputado, llegó al cénit. Alcanzó la presidencia de Brasil tras vencer en las elecciones de 2018, y ello a pesar de las masivas manifestaciones que hubo en su contra, acusándolo de machista, misógino y homófobo, aunque quizás habría que decir que ganó gracias a dichas manifestaciones, que aumentaron su popularidad. Tembló el Amazonas, temblaron los indígenas, temblaron los comunistas, temblaron los pobres y todos ellos temblaron con razón, ante la que se les venía encima. Más tarde tembló Brasil entero, en este caso por la fiebre que llevaba aparejada el covid. Las medidas anticovid que aplicó el gobierno de Bolsonaro fueron tan peculiares que apenas las hubo. Y las pocas que hubo no tuvieron mucha eficacia, cosa extraña, puesto que Bolsonaro –Messias al fin y al cabo– las fio a lo más alto, mucho más alto que las simples vacunas creadas por científicos terrenales. -Acompañamos a pastores y religiosos para anunciar que pedimos al pueblo brasileño un día de ayuno en el nombre de Brasil, para que quede libre de este mal lo antes posible-, anunció el presidente, al que solo le faltó terminar la frase con un sonoro «amén». Extrañamente, el ayuno no sirvió de mucho, tal vez esas cosas solo funcionan si duran un mínimo de cuarenta días, así que Brasil padeció más de 33 millones de contagios y casi 700.000 muertes. Tampoco es que tuviera mucha importancia. De hecho, la suerte que tiene Bolsonaro es que a su entender nada que no sea él mismo tiene mucha importancia. Y mucho menos el Amazonas y sus habitantes indígenas, que bajo su presidencia vieron cómo se reducía su protección. Unos miles de hectáreas quemadas a nadie le interesan, y mucho menos a los extranjeros, como le soltó Bolsonaro a Macron cuando este se mostró preocupado por si quedaba reducido a cenizas el pulmón del mundo. Messias Bolsonaro pensaría, con muy buen criterio, que con un par de días de ayuno se repoblaría el Amazonas en un santiamén, así que mandó al francés a preocuparse por los bosques de Normandía. Que a Bolsonaro no le tira mucho ni la fauna ni la flora queda patente en el hecho de que le guste llamarse a sí mismo «capitán motosierra», nótese que tiene la prudencia de no otorgarse grado superior al que alcanzó en el ejército. Otro en su lugar se autodenominaría «comandante motosierra», tal vez incluso «coronel motosierra», pero nuestro hombre, modesto al fin como todos los mesías, se conforma con el grado de capitán. En América son muy dados a talar bosques por su propio bien, por el bien de los bosques, quiero decir. Hace años George Bush –armado precisamente con una motosierra si no me falla la memoria– declaró que talar los árboles era el mejor sistema para evitar incendios, y hay que reconocer que al bueno de George no le faltaba razón, tal vez incluso bombardeaba aldeas afganas masacrando mujeres y niños para evitar que pasaran hambre. Bolsonaro es de la misma escuela forestal y, para que no le responsabilicen de quemar la selva amazónica, decide cortar por lo sano. O sea, de raíz. Quién le iba a decir al capitán que, enfrentado a su némesis, un viejo regordete, bajo, comunista y desaliñado, perdería el cetro de mesías del Brasil. Por poco, pero lo perdería. Parecen resonar, entre las multitudes que celebran su derrota, los versos de Walt Whitman: ¡Oh, capitán! ¡Mi capitán! Nuestro espantoso viaje ha terminado.

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