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Joaquín Rábago

La mala conciencia alemana

Vladímir Putin.

Muestran los alemanes últimamente una acusada tendencia a la autoflagelación atribuible acaso a la natural mala conciencia por su pasado militarista.

Esa mala conciencia se manifiesta hoy, por ejemplo, en las críticas de los propios medios germanos a los años de entente cordial con Rusia, su natural fuente de suministro de gas y fundamento de su enorme potencia industrial y exportadora.

Es algo que reprochan a Berlín sobre todo algunos países que, liberados del «yugo de Moscú», como se decía en la época de la Guerra Fría, son hoy enemigos jurados de la Rusia de Vladimir Putin.

Acusan a Alemania los Gobiernos de esos países –Polonia y los Bálticos, sobre todo– de haberse preocupado egoístamente solo de sus propios intereses al seguir adelante con el segundo gasoducto del Báltico pese a que aquellos les avisaron de que aumentaría la dependencia de Moscú.

Es como si los críticos de Berlín solo defendieran en cambio valores –la democracia y los derechos humanos– y su gran valedor, Estados Unidos, no estuviera también protegiendo con su política europea sus propios intereses geopolíticos y económicos.

Lo más curioso del caso es que la propia prensa alemana les da hoy la razón y acusa al canciller federal, el socialdemócrata Olaf Scholz, de excesivas vacilaciones en el apoyo militar de Berlín a la Ucrania invadida por Rusia.

Los mismos compañeros de coalición de los socialdemócratas, los liberales, pero sobre todo los Verdes, un partido que fue en su día pacifista y es hoy el más atlantista de todo el espectro político alemán, abogan por seguir armando a Ucrania hasta que expulse a Rusia de todo su territorio, Crimea incluida.

A ninguno de ellos, pero tampoco a los propios medios, se les ocurrió preguntarse quién podía estar detrás del atentado contra el Nord Stream 2 –¿acaso EEUU, los británicos, Polonia o algún otro aliado?– sino que inmediatamente culparon a Moscú.

Ni deja de ser al mismo tiempo significativo que quienes desde Alemania con toda razón tanto critican la ocupación por Rusia de territorio ucraniano callen, sin embargo, sobre la que lleva a cabo continuamente el Estado judío en tierras palestinas.

¿Mala conciencia también en este caso por los horrendos crímenes del Holocausto? Con seguridad, pero al mismo tiempo una nueva muestra más de la doble vara de medir que siempre ha caracterizado la defensa de los derechos humanos, según se trate de un país aliado o considerado enemigo.

Porque ¿es coherente desde ese punto de vista que el vicecanciller y ministro alemán de Economía, el verde Robert Habeck, tan crítico con Putin, viajase precisamente a las monarquías despóticas del Golfo en busca de gas licuado con el que sustituir al gas ruso?

¿O que Alemania siga exportando armamento a Arabia Saudí pese a sus continuas violaciones de las leyes de la guerra y los derechos humanos en el conflicto del Yemen?

Lo sucedido con Rusia, es decir, la excesiva dependencia y la consiguiente vulnerabilidad alemana a eventuales chantajes del Kremlin, parece repetirse ahora con China, un rival mucho más potente y único país capaz de disputar a EEUU su hegemonía económica global.

Esta vez los propios medios germanos se han apresurado a dar la voz de alarma por la compra por una empresa estatal del país asiático del 25 por ciento de una de las cuatro terminales del puerto de Hamburgo.

No es la primera gran inversión de China en infraestructuras europeas: ocurrió ya antes con el puerto griego del Pireo, que Pekín quiere convertir en la puerta de entrada en Europa de la Nueva Ruta de la Seda, y también con Italia.

En un principio, la empresa estatal Cosco quería hacerse con el 35 por ciento de la terminal de contenedores hamburguesa, pero las presiones de sus socios de coalición convencieron al canciller Scholz de que debía rebajar esa participación.

La propia Comisión Europea, que parece seguir cada vez más la estrategia de Washington y confundirse con la OTAN en su trato con la China comunista, ya había advertido a Berlín de los peligros de esa operación.

El problema es que las relaciones económicas y comerciales de Alemania con China son enormes y van desde las tierras raras de ese país hasta las participaciones cruzadas en empresas de distintos sectores, sobre todo en el del automóvil. Es en cualquier caso una madeja ya muy difícil de desenredar.

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