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#China, ¿en declive?

El líder chino, Xi Jinping. Shutterstock

Daron Acemoglou es un acreditado profesor de economía en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), y, junto con James A. Robinson, ha publicado algunos de los ensayos económicos más originales de los últimos años. El más importante de ellos versa sobre el declive de las naciones y sus causas, que ha suscitado una verdadera relectura del presente y del futuro del mundo. Y ahora, tras el 20º congreso nacional del Partido Comunista Chino, que ha otorgado a Xi Jinping un tercer mandato, prorrogable ad inifinitum, ha publicado un brillante artículo —“La economía de China se está pudriendo desde la cabeza”— en el que cuestiona las expectativas occidentales que anunciaban el sorpasso de la economía china a la economía norteamericana y auguraban una nueva bipolaridad tecnológica y militar entre Washington y Pekín.

De momento, la realidad de esa dictadura era brillante: en los últimos 40 años, China creció a un promedio del 8% anual; hasta el 2000, lo hizo importando/plagiando tecnologías occidentales. Pero a partir de esta fecha, empezó a innovar por su cuenta. Pero los síntomas de parálisis están asomando.

Acemoglou parte en su análisis de una pregunta clásica que la academia se formula desde hace tiempo: ¿es posible que una dictadura absoluta en que las decisiones se toman de arriba abajo y en que apenas intervienen la espontaneidad y la competencia supere a las economías liberales de mercado en términos de innovación y crecimiento?

Esta pregunta generaba notables disensos. Como referencia histórica podría utilizarse el caso de la URSS, que consiguió avances espectaculares en las décadas de los 50 y 60 del pasado siglo, pero que pronto se ralentizó y entró en un claro marasmo económico a partir de los 70 y hasta su disolución. Pero con respecto a China, nos fuimos acostumbrando con asombro al ‘milagro’ y las propias instituciones de Bretton Wood —el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial— realizaron proyecciones futuras que, como dice Acemoglou, suscitaron la proliferación de libros del tipo Cuando China gobierne el mundo. También se teorizó sobre las cualidades de aquel régimen, que aunque no democrático, había conseguido supuestamente un equilibrio interno eficiente de poderes, basado en la renovación quinquenal de sus cuadros. Parecía que aquella experiencia volvía a traer al debate la desacreditada panificación gubernamental y el capitalismo de Estado, como opción alternativa al consenso de Washington y a las tesis neoliberales que sostenían la primacía del ámbito económico occidental.

Este 20º Congreso del comunismo chino ha roto en todo caso la inercia metodológica anterior. El equilibrio interno se ha quebrado y tan solo existe actualmente la hegemonía indiscutida de un solo hombre que piensa claramente perpetuarse sin límites en el poder, cuya brutalidad se vio plásticamente al ser expulsado en volandas el predecesor de Xi en la aparatosa escenografía del Congreso, y que, como es natural en estos casos, dio lugar a un comité central formado solamente por personas completamente afines al autócrata, sin voces discordantes.

El predecesor de Xi, Hu Jintao, ya llamó en 2012 la atención sobre la necesidad de que China emprendiese un arduo camino de reformas para equilibrar su modelo económico, totalmente dependiente del sector exterior, basado en enormes inversiones, en transferencias de tecnología y en represión financiera y salarial. En definitiva, iba ser necesaria una liberalización que devolviera el protagonismo a la sociedad china y que estimulara la demanda interna como principal motor del progreso. Pero Xi no esta dispuesto a transferir el poder, en todo o en parte, a las clases medias emergentes, que ya son una realidad y que se están empoderando.

Para evitar este “riesgo”, Xi ha endurecido el régimen con más burocracia, más censuras, y más herramientas de control —la Inteligencia Artificial, que allí no han de rendir cuentas sobre la invasión de la privacidad, tiene campo expedito—, de forma que la innovación se supedita a la voluntad del régimen. Como es lógico en las dictaduras, nadie advertirá a Xi del riesgo que corre. Y ya es evidente que las grandes corporaciones chinas están más atentas a cumplir consignas que a investigar con todas las consecuencias. Al final de este camino autoritario, solo cabe esperar atonía y decadencia.

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