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Matías Vallés

Al azar

Matías Vallés

‘Gravedad cero’

Matías Vallés. E. D.

Woody Allen salva con libros la censura social a sus películas. El éxito arrollador de su autobiografía A propósito de nada demuestra que los lectores no se dejan amilanar por el diktat de los fariseos de la libertad de expresión. Si quieren otro ejemplo, el ascenso a superventas de Los versos satánicos de Salman Rushdie, frente a los progresistas contemporizadores que prefieren hablar de un agresor desequilibrado en vez de llamar al terrorismo islámico por su nombre.

Entre las diez películas canónicas de Woody Allen no figura ninguna rodada este milenio. En cambio, su potencia disolvente permanece intacta al envasarla en prosa, por lo que los fanáticos del humorista salen ganando con la publicación ahora de Gravedad cero. Se compone de 18 relatos disparatados con la vitola del New Yorker y en la estela de las obras maestras Sin plumas o Cómo acabar de una vez por todas con la cultura. La novella que cierra el volumen, Creciendo en Manhattan, se afronta con la prevención de que en el relato aflore el director de las imperdonables Stardust Memories. Ni rastro de Bergman, el heredero octogenario de Groucho Marx se embarra en el lodazal con desvergüenza adolescente.

Y por si alguien no ha reparado en ello o para que no le pase desapercibido al leerlo, la sátira neoyorquina que clausura Gravedad cero también contiene el mejor chiste de Woody Allen, que es por tanto el mejor del humor contemporáneo. El protagonista afirma que «sus padres se peleaban incesante y ruidosamente, con tanta amargura y rabia que Sachs bromeaba que sus padres habían inspirado el Guernica de Picasso». Es un trabajo de demolición cultural inapelable, a prueba de las cerbatanas de los canceladores del cineasta. Lleva al extremo la sumisión de los mitos a la realidad cotidiana, se necesitan setenta años de práctica para acertar con tal precisión. En el camino a la perfección solo le sobra el «bromeaba», un momento de debilidad protectora equivalente a Miguel Ángel golpeando a su Moisés.

Los admiradores de Bob Dylan y Woody Allen son iconoclastas, mantienen la fe mientras derriban las estatuas de sus mitos. Por eso, la rendición al genio neoyorquino no evita consignar que el admirable Creciendo en Manhattan también contiene el peor chiste de su carrera. Tras folgar con la incandescente Lulú, el protagonista «imaginó que se parecía a una de esas fotos de los demacrados internos de Auschwitz mirando a través del alambre de espino». No funciona en ningún sentido, pero solo la libertad de creación permite apreciar las melladuras de los más grandes.

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