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Joaquín Rábago

¡Calumnia, que algo queda!

¡Calumnia, que algo queda!

Hay un partido en el Parlamento que parece seguir al pie de la letra aquello que decía, en su caso en tono de reprobación, el filósofo padre del empirismo inglés Francis Bacon: «¡Calumnia con audacia, que algo queda!».

Ya un par de siglos antes, en su Divina Comedia, el florentino Dante Alighieri colocaba a los falsarios, a los calumniadores, a quienes mienten a sabiendas y sin escrúpulos con el único fin de hacer mal en el octavo círculo del Infierno.

Calumniar es, según el diccionario, imputar falsamente a alguien la comisión de un delito para causarle daño o perjuicio. Y es esa una práctica a la que se dedica sistemáticamente, desde que entró por primera vez en las cámaras legislativas, nuestra incorregible ultraderecha.

Se aprovecha el partido que responde a esa ideología de un artículo de nuestra Constitución que, en la supuesta defensa de la libertad de palabra, exime en el Parlamento de toda responsabilidad a quienes en otros foros y situaciones serían considerados responsables de calumnia.

El último ejemplo lo tenemos en la calificación que utilizó el vicepresidente de la Junta de Castilla y León para referirse al presidente del Gobierno: «Jefe de una banda de delincuentes».

Efectivamente, ¡calumnia con audacia!

Lejos de disculpar a su descerebrado correligionario por lo que podría haber sido un exabrupto irreflexivo, el portavoz en el Congreso del partido justificó sus palabras, refiriéndose a los supuestos crímenes de unos dirigentes del PSOE de la época de la República. Y lo hizo esta vez ante las cámaras de televisión, fuera de sede parlamentaria.

Desde que llegó a los Parlamentos ese partido de fuertes añoranzas franquistas, su lenguaje desvergonzado e injurioso parece haberse instalado en muchas partes, y el problema es que lo está contaminando todo y de manera especial las redes sociales, en las que prosperan incontroladas la calumnia y las más burdas falsedades.

Es el tipo de lenguaje que emplea desde hace ya tiempo un conocido locutor y empresario de medios de comunicación que se dedica a insultar por los micrófonos a tirios y troyanos con un lenguaje que a uno le recuerda a veces por su violencia el del jerarca del nazismo Joseph Goebbels.

Parece ser que ese locutor tiene fuerte predicamento en ciertos sectores de la ciudadanía que dan a veces la impresión de no haber superado aún nuestra guerra civil y no toleran que la izquierda, incluso la siempre morigerada socialdemocracia, esté hoy sentada en el Parlamento.

El antedicho partido y sus portavoces mediáticos, que no se limitan, por desgracia, a ese agitador radiofónico, no parecen haber superado tampoco los años de infausto recuerdo en los que una banda de descerebrados se dedicaba a matar sin piedad a quienes no compartían su ideología independentista.

Y aunque aquellos fanáticos parecen haber renegado finalmente de sus métodos sangrientos y depuesto sus armas para defender sus ideas, nos gusten o no, en democracia, toda la derecha y no solo la ultraderecha siguen actuando irresponsablemente como si siguieran matando porque agitar parece que da votos en nuestro ruedo ibérico.

Sembrar odio o resentimiento, agitar y a enfrentar a todo el mundo: a unos territorios con otros, acusando a vascos y catalanes de abusos y privilegios; a los jubilados que cobran la pensión máxima con los jóvenes que no logran emanciparse, a nacionales con inmigrantes, que vienen supuestamente a delinquir y quitarles el trabajo.

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