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Luis Ortega

Gente y asuntos

Luis Ortega

Octubre

Felipe González en el acto en Sevilla. MANUEL MURILLO

Por diversas razones y azares, el mes que despedimos es ciertamente singular y, desde la infancia lejana, mantengo esa percepción. Las bonanzas septembrinas traían los últimos días de playa y las fiestas tardías del verano: la Virgen del Pino y San Miguel Arcángel, que enlazaban con las de San Francisco y la Naval en honor de la Virgen del Rosario, expresiones máximas del fervor e ingenio de los barrios centrales de Santa Cruz de La Palma.

Estos regocijos desplazaban el otoño más allá de la mitad de octubre, siempre después del Pilar, cuando arrancaba el curso de bachillerato, tocaba desempolvar el material escolar y enfilar cada mañana nuestros pasos hacia Santo Domingo, donde nos esperaba el Instituto de Secundaria, que aún no contaba con el nombre de su promotor republicano Alonso Pérez Díaz. Animábamos la agenda del curso, aún desajustada, con los proyectos paralelos de un periódico mural que nació con un título grandilocuente – Excelsior, en imitación del diario mexicano – y acabó en el bello y normalizado Falúa; pactábamos entonces con el profesor de lengua y literatura nuestra propuesta para la obra de teatro de Santo Tomás de Aquino, el 28 de enero, y/o para el Día del Libro, el 23 de abril, fecha clave de los concursos literarios de los alumnos

Desde hace tres largos años, cuando menos, los mitificados octubres de la infancia y la juventud pasaron con la velocidad del rayo y con el frío de la noche oscura del alma – el miedo al miedo – que inmortalizó el más grande y cercano de nuestros místicos, San Juan de la Cruz. La crisis de las hipotecas subprime y la espuria dependencia de la economía Usa nos había apretado las tablas del pecho durante un septenio y, cuando empezábamos a respirar a media nariz, el Covid 19 que, al principio parecía una broma china, se nos coló sin inmunidades ni excepciones en nuestras vidas. Como “castigo bíblico y paradójicamente democrático”, lo describió un ilustre amigo, triste y famosa víctima temprana de la pandemia.

Por ese vicio hispano de no celebrar, como se debe, las fiestas y guardar los confites y voladores para las octavas, trabajaba en la memoria y evocación cinematográfica del Teneguía que, el 26 del octubre que dejamos atrás, cumplió cincuenta años. Entonces, a su modo y manera, el 19 de septiembre de 2021, día de San Jenaro, patrón de Nápoles y de los volcanes, reventó Cabeza de Vaca, en un lugar no previsto y por encima de los mil metros que, desde la primera hora, presagiaba la gravedad luego comprobada del suceso.

Servimos al rito del primer cumpleaños vestido o adornado – pongan ustedes el adjetivo – con actos y debates científicos, técnicos y culturales; pero también con muchas tareas pendientes en la empresa obligada y colosal de la reconstrucción. Y con ciertas, y apreciables, fisuras en la que fue ejemplar unidad de todas las instituciones en el reto de la emergencia. Y, por si fuera poco, con el fantasma ruidoso de unas elecciones locales y autonómicas a diente quitado para el próximo mayo, como prólogo de las generales que deben celebrarse, en cualquier caso, antes de 2024.

En medio de un puente amañado, con el devaluado festivo de Todos los Santos en martes, sigo con cansancio al Putin en lo suyo – rompió el acuerdo con la invadida Ucrania en la exportación de cereales – y con occidente, con sus mensajes, gestos y amagos que ya requieren traducción y no precisamente de los analistas de la tv.

Fundido con una actualidad confusa, se conmemoró el cuarenta aniversario de la mayoría electoral más holgada de la democracia española, antes y después del franquismo. En la visualización de las conciliaciones, Felipe González y Pedro Sánchez hablaron juntos en Sevilla, “donde todo es posible”, como decía una copla del gran Salvador Távora; y, desde la banda conservadora, entre tanto, se oficializaba la ruptura total de las negociaciones entre los dos grandes partidos para la renovación del Consejo General del Poder Judicial y, después, amagos de conciliación con propuestas inaceptables; es decir; más de lo mismo.

En el flanco del bolsillo – es decir: la mayoría social – la guerra de la inflación y los impuestos, asustaba y asusta a los curritos de a pie, muchos millones, como todas las verdades a medias y jaleadas, tanto por los grandes, como por los entusiastas apoyos de los imprescindibles gregarios, territoriales e ideológicos.

El octubre que se nos fue respondió al carácter telonero de este mes, que es puro anuncio. Fue tan intenso y movido como La Yenka – ya saben: “izquierda, izquierda, derecha, derecha, delante, detrás, un, dos, tres” – un ritmo creado por Charlie Recourt e interpretado con su hermano Johnny, que hizo furor en los años de los tecnócratas y no era pecado porque se bailaba suelto hace cincuenta años.

Desde el último fin de semana veo, desde la ventana del estudio, ruidosos cortejos de chicos y menos chicos que celebran el Halloween, una exitosa exportación norteamericana que ha prendido no sólo en el occidente colonizado sino también en el oriente fundamentalista y/o convencional. El viernes, 29, en una estrecha calle de la moderna y civilizada Seúl – hablo con propiedad – murieron no menos de 153 personas y resultaron con heridas graves otro centenar en una aglomeración durante la fiesta de las brujas y los muertos vivientes, del truco y trato, de las calabazas agujeradas y con velas en su interior que, como el colmo de la diversión y la estética, los norteamericanos la vinculan con los ritos atávicos de las hechiceras sajonas.

Esto es octubre, le cuento a un colega que trabajó en la capital de Corea del Sur y que no podía entender la pasión de los nativos y los turistas por un regocijo tan burdo y ramplón. Despido el mes señalado del mejor modo que sé y puedo y me reconcilio con las tradiciones simples y estéticas; por ejemplo, con el recuerdo sentido de mis muertos y con una sosegada sesión de “Coco”, la tierna y espléndida película de Adrián Molina y Lee Unkrich, sobre el credo de los difuntos mexicanos. Y me consuelo también con las expectativas de un San Martín, ciertamente heredado de la cultura flamenca, y nuestro, muy nuestro desde hace medio milenio, con vino, cantos, buen rollo y sin riesgos, naturalmente, para el que he recibido varias invitaciones.

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