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SANGRE DE DRAGO

El sueño de una regeneración democrática

El prejuicio y los discursos aprendidos son tan fuertes que debilitan, con frecuencia, las posibilidades de diálogo

Salón de plenos del Parlamento de Canarias. El Día

Los discursos aprendidos que se transmiten sin reflexión y que adquieren la relevancia social que les hace culturalmente aceptables son un verdadero peligro para el pensamiento crítico y la búsqueda de la verdad. Anulan el pluralismo y coartan las posibilidades de diálogo constructivo. Todos los conocemos y, en muchas ocasiones, participamos de ellos.

En esta cultura de masas, donde la opinión pública y la opinión publicada se ocultan mutuamente como en el juego de la escondidilla, pensar por uno mismo es un peligro con cierta relevancia. No es adecuado salirte del marco cultural de la foto, pues lo que no entra en los marcos de referencia establecidos se descarta por peligrosidad supuesta.

Todas las opiniones pueden ser discutidas, porque nadie tiene tanta razón como para convertir su discurso en «el discurso». Y se camufla el totalitarismo detrás de términos talismán que son, en sí mismo, incuestionables acríticamente. Y lo que debería ser incuestionable es el abordaje reflexivo y el uso del discurso razonable y argumentado en un planteamiento de diálogo en el que todo argumento que no desprecia la razón tenga espacio de participación.

Pero para esto hay que prepararse. El prejuicio y los discursos aprendidos son tan fuertes que debilitan, con frecuencia, las posibilidades de diálogo, vestidos de principios firmes sobre los que edificamos nuestras posturas. La importancia del debate, del criterio razonable, de la escucha activa, de la humildad en la búsqueda, del espíritu riguroso de la investigación, etc., son barandas para la escalera de subida hacia una sociedad edificada sobre un pensamiento crítico y un espíritu verdaderamente democrático.

Ojalá pudiéramos acceder a un debate político en el que los argumentos, y no las siglas partidistas, tuvieran un puesto de relevancia. Ojalá los programas electorales se escribieran todos en papel blanco, sin colores y marcas, para acceder al argumento y no a las predisposiciones. Pero esto es una utopía o un desideratum, hoy por hoy, inalcanzable, desgraciadamente.

Aprender el significado de los términos que usamos, acordar un marco para el diálogo en el que la escucha tenga tanta importancia como el discurso, argumentar si las armas de la ofensa o el prejuicio, generar espacios para la amistad social que sea marco de referencia imprescindible, y comenzar sin las certezas previas de cuáles han de ser las conclusiones, puede servirnos como forma de construcción de una sociedad verdaderamente democrática. Y comparando lo que hay con lo que podría tener es cómo surge la expresión y la necesidad de una regeneración necesaria.

Mientras sean los expertos en procedimientos los que ganen los juicios, la verdad estará escondida debajo del celemín sin posibilidad de iluminar la sala de nuestra sociedad. No será la justicia social la que protagonice la dinámica de los pueblos. Serán las armas de la estrategia y no el pensamiento crítico que busca la verdad de las cosas.

Tal vez este deseo es un sueño imposible. Pero alguien nos está diciendo, hace ya algunos años, que nos atrevamos a soñar.

(*) Delegado de Cáritas diocesana de Tenerife

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