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¡Andreíta, cómete el pollo!

Tenemos que invertir gran parte de nuestro sueldo de trabajadoras por cuenta ajena en adquirir artículos de primera necesidad a precios desorbitados

Los huevos son uno de los alimentos que han disparado sus precios. Ferran Nadeu

Pienso en las personas que pertenecemos a esa clase cajón de sastre denominada clase media. Trabajadores por cuenta ajena que combinamos nuestro oficio con nuestro rol familiar y que intentamos llegar a todo y hacerlo de la mejor manera posible. Ser buenas profesionales y buenas madres de retoños saludables. Dicho esto, procedo a una reflexión o, por lo menos, a intentarlo.

Desde hace meses, la carne de pollo ha subido alrededor del 16% y, si nuestra intención es cocinarla con un sofrito de cebollas, podemos armarnos de valor porque estas han aumentado su valor un 73%. Los huevos, la leche o el aceite están por las nubes y las que tenemos el objetivo de basar nuestra dieta doméstica en la cultura mediterránea, lo tenemos muy difícil. Si queremos comprar pescado y verduras frescas podemos romper la hucha. El otro día me pidieron tres euros por una col. Sí, una sencilla col. Sí, tres euros.

Comer bien, saludable y variado es cultura. He sido educada en esos valores y trato de hacer lo mismo con mis hijos. Uno de mis objetivos como madre coraje es que aprendan a valorar texturas y sabores diferentes y que sepan que el alimento no es solo una cuestión de cumplir con una necesidad fisiológica, sino que contribuye al equilibrio y bienestar personal. La pregunta del millón es ¿cómo hacerlo con la coyuntura actual? La respuesta es que lo tenemos difícil, porque tenemos que invertir gran parte de nuestro sueldo de trabajadoras por cuenta ajena en adquirir artículos de primera necesidad a precios desorbitados. El 20% de los españoles ha reducido la cesta de la compra y el 35% se decanta por las marcas blancas. Lógico.

Quedo para ir a un restaurante con amigos y prefieren comer pasta porque no pueden permitirse el lujo de disfrutar de un plato de pescado fresco. Eligen beber una caña porque no pueden pagar una botella de vino entre cuatro. Una amiga se sincera y admite que le pone bollos de leche a sus hijos para merendar porque el pan y los embutidos frescos son lujos inaccesibles. La realidad es que el mes que tienes que comprar unas gafas para la presbicia, poner aparatos en los dientes de tus hijos o arreglar el lavavajillas es un descalabro para una precaria economía familiar. La dura realidad es que necesitamos que los poderes públicos se percaten de que hay una nueva necesidad que toma la forma de la clase media de toda la vida. Aquella que, hasta hace poco, lograba llegar a final de mes, apuntar a sus hijos a una extraescolar y ahorrar cincuenta euritos. La conformada por personas formadas, con un sueldo correcto, un trabajo digno y un entorno estructurado. La novedad es que los pobres de hoy ya no son ellos. Los pobres de hoy somos nosotros y las políticas públicas deberán adaptarse a un entorno que es muy diferente al de hace unos poquísimos años.

San Google no miente. El pasado mes de agosto la palabra estoicismo fue una de las más buscadas por millones de desesperados que aceptamos que la coyuntura es la que es, pero que necesitamos aprender cómo adaptarnos a ella. Qué lejos queda aquello de «Andreíta, cómete el pollo» en plan imperativo. La suerte, hoy, es mucho más simple: tenerlo en tu nevera.

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