Ante nosotros tenemos un escenario de alta inflación y bajo crecimiento económico que, lejos de afrontarlo con la credibilidad intacta en las palancas financieras de los bancos centrales, el alto déficit y deuda pública de cada país hace que los niveles de confianza se desplomen mes tras mes.
Si a esto le añadimos el alto endeudamiento empresarial y la reducción progresiva de la capacidad de consumo interno, tendríamos que fajarnos en soluciones competitivas más allá de nuestras fronteras.
Si bien, esta solución choca frontalmente con un escenario de guerra y precios energéticos en los que la estabilidad internacional, tanto para bienes como servicios, son sumamente volátiles.
Nadie se compromete a un suministro continuado ni a precios estables, mientras que las materias primas, su escasez y alto coste logístico sean la cara b de los efectos de la citada guerra entre Ucrania y Rusia.
Cabe responsabilizarnos de un positivismo virtuoso que no se base en humo y distracción.
Ahora toca la inflación. No cabe duda que niveles de dos dígitos son insostenibles y con las limitaciones presupuestarias actuales todo se fía al mercado. El cual es cruel y despiadado con las empresas poco competitivas.
Hemos pasado de vivir del crédito a romper la hucha de las monedas. De analizar los balances desde la óptica de los ingresos o las ventas, a mirar la última línea de los beneficios.
Malos tiempos para la inversión a corto plazo. Muy complicados.