Vengo asistiendo durante un buen tiempo al ejercicio de la libertad de expresión de varias personas que comparten todos los días sus opiniones en los periódicos, en la radio y en la televisión. Gozan del privilegio de dictar los ritmos de cualquier debate público y de poseer tribunas allá donde quiera que vayan, pero se declaran perseguidos y censurados. Ya no se puede decir nada, se quejan. Mi generación es de cristal, no aguantamos nada y no llevamos bien las verdades a la cara. Esas verdades a las que se refieren los payasos de la «libertad de expresión» son opiniones ofensivas plagadas de machismo, de racismo y de datos falsos que solo sirven para intoxicar conversaciones viciadas hasta lo insoportable. Dato mata relato, pero cuando se les muestran los datos los rechazan y montan en cólera. Fake news. Nos hace falta una mili a todos menos a ellos, que tampoco la hicieron.

Cuando no somos de cristal somos débiles, blandengues, vagos, ridículos e incapaces de sacrificarnos por nada. Los años que miles de jóvenes pasaron en el Reino Unido fregando retretes, platos o sirviendo bocadillos en Prêt à Manger porque la crisis de 2008 les reventó en la cara no son más que una prueba de ese espíritu blandengue que parece caracterizar a mi generación. Ya no hay intelectuales ni pensadores, nos recuerdan. Solo hay memes. Diría que lo que hay es mucho memo que habla por hablar, pero se me enseñó que he de respetar a mis mayores y así vivo, respetándolos, por lo que desde el respeto me gustaría preguntarles dónde estaban cuando nos metieron la ley mordaza por la tráquea y nos la bajaron a puñetazos hasta el estómago, o dónde estaban cuando se comenzó a meter en la cárcel a raperos y a gente que compartía chistes más o menos acertados en Internet. No los vi protestar. Nunca los veo plantarse por nada. Ni por la subida de la luz, ni porque algunos productos en el supermercado ahora son hasta cincuenta céntimos más caros que hace unos meses, ni porque la media de espera para ver a nuestros médicos de cabecera es ya casi de diez días. Solo se dedican a ocupar espacios en los que arremeten contra los de abajo y pisotean cualquier ilusión que nadie pueda llegar a tener de que todavía es posible habitar un mundo que tiene toda la pinta de comenzar a arder pronto en llamas. Tú dices «Consumo responsable», ellos chillan «Y mi libertad qué». ¿Qué libertad? ¿La de agotar todos los recursos naturales disponibles hasta nuestra extinción?

Así, llegamos a situaciones extrañas y muy vergonzantes en las que una persona que hace unos años llevaba la cuenta de Twitter del perro de Esperanza Aguirre nos acusa a los demás de carecer de cultura del esfuerzo. Por lo pronto, a la presidenta de la Comunidad de Madrid no se le conoce ni un solo día trabajado fuera del ámbito de la política, su hermano se ha llevado miles de euros en comisiones por contratos que le dieron a dedo en su gobierno y el piso en el que vive se lo «donaron» sus padres. Si se ha esforzado en algo es en no dar nunca ni un palo bien dado al agua, pero ahora está de moda humillar a cualquier persona menor de treinta y cinco años día sí y día también porque sí, porque suena bien. No importa la verdad, importa el enésimo escritor de setenta años esgrimiendo en televisión que estamos criando «chicos demasiado confortablemente instalados en un mundo irreal». Tiene razón, vivimos en un mundo irreal: este mes de octubre ha sido el más cálido de la serie que comenzó en 1961 y que ha superado los valores récord que se alcanzaron en octubre del año 2017. Aun así, seguimos sin tomar ni una sola medida que pueda ayudarnos a paliar los efectos del cambio climático. En Canarias por lo pronto no es momento de ecotasa, cuando todo esto sea cemento y no quede ni un solo milímetro de tierra sin su respectivo hotel la consejera de Turismo, Industria y Comercio del Gobierno de Canarias nos señalará a todos y dirá «¡Si tienen sed, beban turismo!».

Gil de Biedma, en Noche triste de octubre, 1959, ya sospechaba que el invierno que venía iba a ser duro y se preguntaba si el consejo estaba limitándose a esperar a que las cosas dejasen de venirles mal dadas. Han pasado más de 60 años desde la publicación de ese poema pero todavía sigue habiendo miles de seres humanos que se preguntan por sus preocupaciones y por su ansiedad para el invierno. No hace más frío desde donde escribo estas líneas, pero el BCE ha subido los tipos de interés en 0,75 puntos. ¿Déjà vú? Sí, yo también lo siento. Nosotros, los blandengues, hemos vivido la crisis financiera de 2008, la del Covid-19, y la actual, derivada de la guerra de Ucrania, y a pesar de todo aquí seguimos. Remando y esperando al momento en que dejen de venirnos tan mal dadas.