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EN EL CAMINO DE LA HISTORIA

Del pensamiento único a la modernidad líquida

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El pensamiento único en 1994 vino a ser la traducción en términos ideológicos con pretensión universal de los intereses de un conjunto de fuerzas económicas, en particular las del capital internacional siendo sus fuentes principales las grandes instituciones económicas y monetarias como el Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional, Organización de Cooperación y Desarrollo Económico, Acuerdo General sobre Tarifas Aduaneras y de Comercio, Comisión Europea y otros que mediante su financiación vinculan al servicio de sus ideas, a través de todo el planeta, numerosos centros de investigación, universidades, fundaciones… las cuales perfilan y expanden la buena nueva en su ámbito.

Podemos considerar, alejándonos de Arthur Schopenhauer como en El mundo como voluntad, o Marcuse en su libro El Hombre unidimensional en el que ya hablaba de las fuerzas económicas las que conformaban las políticas que definían una época determinada, lo que mas tarde reafirmó Ramonet en 1995, que insistía en lo mismo, o sea, la preeminencia de los valores económicos sobre la ideología, sobre la política envuelta en la coraza del pensamiento liberal. Mas allá no existía otra cosa y el que se atreviera a discutirlo seria enviado a la hoguera de su pobreza intelectual aderezado con los ribetes de fascistoide.

Ya se percibía por vez primera en las ultimas décadas que los ciudadanos de las sociedades occidentales se sentían atrapados, empapados en una especie de doctrina viscosa que, insensiblemente, envuelve cualquier razonamiento rebelde, lo inhibe, lo perturba, lo paraliza y acaba por ahogarlo funcionando como una invisible y omnipresente policía de la opinión. La desmotivación se generalizó entrándose en una nueva etapa donde la reflexión se quedaba en el atavismo de una sociedad roma donde lo que prevalecía era el silencio de un pensamiento enquistado, inservible que incitaba tal vez, al único escapismo donde aparecieron los activistas de sofá que nos hacen recordar que los tiempos se han prolongado, o sea, desde 1994 hasta 2022, donde aparece la «modernidad liquida», término acuñado por el sociólogo y filosofo polaco Zygmunt Baumann en el año 2000.

Baumann enfatiza un nuevo concepto de la ciudadanía donde existe el nomadismo no solo en las ideas sino que ya no se echan raíces, se vive la vida como si fuera un turista llegándose a un individualismo a ultranza. De ahí que la «modernidad liquida» busca definir un modelo social que implica el fin de la era del compromiso mutuo como si se estuviera en el no extinguido pensamiento único, como si fuera su prolongación donde el espacio publico retrocede y se impone un individualismo que lleva a la lenta desintegración del concepto de ciudadanía. Y en una sociedad en que somos más libres que nunca a la vez somos más impotentes que en ningún momento de la historia, lo que hace decir al pensador polaco que «somos un conjunto de individuos con buenas intenciones, pero que entre sus intenciones, diseños y la realidad hay mucha distancia».

Todos sufrimos ahora más que en cualquier momento la falta absoluta de instituciones colectivas capaces de actuar efectivamente.

Esto nos lleva a la reflexión de que en el espacio de la emancipación a todos los niveles, económicos, políticos y hasta filosóficos seguimos anclados en el pasado, en el pensamiento único (esto es lo que hay, o lo tomas o lo dejas), y el que se vaya fuera de ese lindero será uno más que incremente la cuota de los desheredados de la tierra.

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