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Luis Ortega

Gentes y asuntos

Luis Ortega

La calle más bonita

Imagen de lluvia del casco histórico de Santa Cruz de La Palma . | | EFE / LUIS G MORERA M. Á. Montero

Cada cierto tiempo, por lo menos una vez al año, me pongo la obligación de volver a La Palma. Ese rito me da ánimos para afrontar el frío, las agendas apretadas de los solitarios ociosos y el consuelo del arte y de la buena música. Desertor de Internet y de todo lo que representa, rebusco entre papeles y libros y descubro un catálogo de arte flamenco con un artículo tuyo; tiro del hilo de la memoria y en una agenda del siglo pasado leo un teléfono con prefijo y una dirección de Santa Cruz, a la antigua usanza, eso sí, ante un PC, te cuento de mí y pido noticias tuyas. Es casi una charla más, o una charla continuada, por la Calle Real, tan singular y con tantos parecidos, la calle más bonita del mundo…

Una diligente cartera me entrega un envío con acuse de recibo y una carta al viejo estilo, cuyo primer párrafo reproduzco al comienzo de la columna. Fuera de la cordialidad de la funcionaria, le observé la extrañeza y el respeto que se muestra ante las reliquias, porque el servicio postal de siempre tiene ese carácter. Luego, ante una taza de café, añorando los pitillos abandonados, me di un baño de recuerdos y pensamientos sin prisa.

La calle más bonita del mundo, dice mi amigo. ¿Quién no ha dicho que su casa, su calle, su barrio, o su pueblo son, cada uno o en conjunto, lo mejor del mundo? Nadie, en puridad, se puede sustraer al sentimiento local que, para bien y para mal, para el orgullo y la nostalgia, nos acompañan desde que tenemos memoria hasta que caemos en el olvido.

En ese sentido ambiental se entiende, disfruta y comparte la entrañable evocación que, desde la fría Brujas, me remite un compañero de pupitre de escuela primaria y de las aulas y las fugas de la Universidad de La Laguna. Abogado y funcionario jubilado de la Unión Europea, primero por la boda y luego por el divorcio, se ancló en lo que él llama un extraño país, «que tiene su razón y su equilibrio en sus contradicciones y que, acaso por eso, nadie discutió, desde los albores, su protagonismo geográfico en la comunidad continental».

Me pregunta y se contesta sobre el volcán; sabe de la mesura dialéctica y gestual de los palmeros y me inquiere sobre el nombre y el significado. Ya le contaré que, por aquí, se manejan las redes sociales con el mismo desparpajo integrista que los independentistas flamencos usan para su propaganda radical e irreflexiva; aquí y allá están de moda los sucedáneos continuos de las democracias de coña y las perversiones mercantiles que caminan juntos porque cojean de la misma pata.

Pero vuelvo al mensaje mollar; la casa, la calle, el barrio, el pueblo. Los valores sencillos que no necesitan explicación ni esfuerzo en la defensa. Hace unos años en un cruce de amigos en la calle más bonita del mundo, el radicado en las Europas ricas y estiradas, árbitro como Petronio de la elegancia, afirmó solemne: La verdad que es hermosa esta calle. Le respondió Alberto Lugo, amigo agudo y ácido, desaparecido sin pompa ni ruido de entre nosotros: -Es obvio, Manolo, ¿qué esperabas?

García Pavón hizo de Tomelloso el centro de sus intrigas criminales y policiacas y de Plinio, el jefe de los municipales, el Sherlock Holmes de la Mancha; Vázquez Montalbán metió en una Barcelona humana, casi doméstica, sus tramas bien urdidas y bien escritas. Y unas y otras fabulaciones ganaron crédito por la verdad potencial de sus geografías.

Termino la carta y pienso cuándo estaré sin cometido ni prisa por la isla, por la ciudad y por la calle para respirar en vivo el perfume de la memoria, la brisa marina que abrillanta las piedras y los recuerdos, la tactilidad de la belleza que se entiende y se quiere por una cuestión estricta de tamaño.

Con la torpeza por la falta de costumbre le respondo al amigo ausente, con papel y rotulador de punta, su elogio de lo local, la medida auténtica de la gente; lo hago en una de esas terrazas que quedaron como herencia de la pandemia mundial en la hermosa Calle Real de mi pueblo.

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