Cuando éramos más jóvenes, se pergeñaba el futuro con coches voladores, ordenadores superinteligentes, estaciones espaciales para facilitar tránsitos hacia otros planetas, erradicaríamos el cáncer o comeríamos unas píldoras que contendrían todos los nutrientes necesarios.
Recuerdo leer ávidamente el libro de Faith Popcorn del año 1.993, titulado Lo que vendrá en el que predecía el desarrollo máximo de las energías, los hogares estarían intensamente tecnificados o estaríamos mas cerca de la inmortalidad.
Lo que nadie predijo es que la burocracia frenaría, no solo aquellos sueños, sino que hacer un simple trámite para jubilarse, tramitar una ayuda o la prestación por desempleo sería una odisea digna del descubrimiento de América o el nacimiento del Nilo.
Parafraseando al cantante Ismael Serano, en vez de vivir atrapados en azul, vivimos atrapados por el desamparo ante una complejidad administrativa que nos asfixia.
Necesitamos una reforma profunda y eficiente de la administración pública, cuya administración electrónica no camina a la velocidad que los ciudadanos necesitamos.
Conceptos como la productividad o la evaluación de la calidad de los servicios tienen que implementarse lo antes posible.
España ha informado a Europa que tiene previsto recaudar 20.000 millones de euros por la nueva fiscalidad que se aprobará junto a los presupuestos generales del estado para 2.023.
No se trata de mejorar los ingresos fiscales sin volver a la eficiencia o sin recortar el gasto superfluo. Se trata de recuperar el crecimiento y el empleo, como primera derivada, invirtiendo mucho menos de esa cantidad de incremento fiscal en una mejor administración pública que ayude a progresar a familias y empresas.
