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Ignacio Garriga | secretario general de vox

La coartada

Ignacio Garriga Ballesteros

¿Es Vox racista? ¡Nooo! ¿Cómo va a ser racista un partido cuyo secretario general es negro? Aunque es fácil encontrar a neonazis nutriendo sus manifestaciones. O a un exlíder del Ku Klux Klan felicitando al partido por su resultado electoral en Andalucía. Y aquel cartel: «Un mena, 4.700 euros al mes. Tu abuela, 426 euros de pensión al mes». Ella, una anciana entrañable, elegante, pero cabizbaja, preocupada. Frente a ella: él, el acrónimo, mirada aviesa, rostro semioculto. ¡Pero no son racistas! Porque ahí está ese diputado de sangre africana retando a quien pretenda decirle que él desprecia a su madre o a su abuela, «que son negras».

¿Cómo va a ser Vox racista? Aunque presentó en febrero una proposición de ley en el Congreso (que no prosperó) para que fuera aún más difícil obtener la nacionalidad española. Entre otros requisitos, proponía elevar de 10 a 15 años el tiempo mínimo de residencia legal y continuada en España para iniciar el expediente de concesión de la nacionalidad. En la práctica, supondría mantener a los migrantes legales como ciudadanos de segunda clase por un plazo de unos, ¡17 años!

Pero no, Vox no es racista porque tiene a…

... Ignacio Garriga (Sant Cugat del Vallès, 1987). Hijo de padre belga y madre nacida en Guinea Ecuatorial cuando era colonia española. Sus abuelos maternos regentaban dos tiendas de comestibles en Malabo, tuvieron siete hijos que enviaron a la metrópoli franquista a formarse. Con la independencia guineana y la dictadura de Francisco Macías, acabaron instalándose en Barcelona. La madre de Garriga fue militante muy activa de Alianza Popular. Se dice que inoculó a su hijo la pasión por la política y los valores tradicionales. Y a fe que lo consiguió. Ahí está su descendiente, escalando posiciones en Vox. En 2019, fue elegido diputado al Congreso. Desde 2021, uno de los 11 representantes del partido ultraderechista en el Parlament. Ahora, mano derecha de Santiago Abascal.

Colegio del Opus Dei. Odontólogo de profesión. Casado con su primera novia y padre de cuatro hijos. Profundamente religioso y defensor de una España «grande y libre». Tal cual lo expresó en el programa de Gemma Nierga (Cafè d’Idees, TVE) y un escalofrío le recorrió el espinazo a más de uno. Nos equivocaríamos si creyéramos que a todos los televidentes les sonó igual de preocupante. Pasa a menudo. Si repetimos varias veces «el negro de Vox» es fácil que se cuele un tonillo de burla, ese retintín que destinamos a las cosas que nos parecen absurdas. Pero si atendemos al discurso de Garriga sin lentes ideológicas, la cosa no tiene pizca de gracia.

Un ejemplo: «No tiene mucho sentido que el Estado destine dinero público a asesinar a niños en el vientre materno», afirma Garriga. Ya está, pensamos muchas, otro ultra contrario al aborto, y desconectamos. Pero cuando se extiende advirtiendo que falta inversión en investigación médica, que los grandes olvidados son los profesionales sanitarios o que se debe destinar dinero a tratamientos dentales para niños, adolescentes o personas en riesgo de exclusión, está claro que su mensaje puede calar en una mayoría. ¿Hasta qué punto su resistencia al aborto actuará de cortafuego del voto?

Su piel es oscura, sí. Y el modo en que ha elegido vivirla le determina. Podría haber trabajado para derribar muros, como Elvira Dyangani Ose, directora del Macba, también española y de padres nacidos en Guinea Ecuatorial: «Tenemos que descolonizar el Macba, desjerarquizar la historia y descanonizar las historias del arte que contamos aquí», reflexionaba Dyangani en una entrevista. Frente a esa voluntad de apertura, Garriga propugna el cierre de fronteras y de algo más. A la contra, siempre a la contra.

Contra los partidos independentistas, contra los «chiringuitos» feministas y LGTBI y contra los migrantes sin papeles. Contra ellos, especialmente. Son los culpables de todo. Por eso propugna negarles el acceso a la sanidad, salvo en situaciones urgentes y extremas. Les acusa de ser los causantes de la inseguridad en las calles y, también, del aumento de los delitos de odio. No hay datos que avalen el discurso xenófobo de Garriga. Él elige los números que le encajan y calla los que no le convienen. Tampoco le importa demasiado que se los rebatan. Porque, por encima de todo, su piel sirve como justificante. Garriga es la coartada de los racistas. ¿Cómo van a serlo si escuchan a un hombre negro? A su hombre negro.

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