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Juan Cruz Ruiz

notas de un espectador

Juan Cruz Ruiz

El periodismo, entre Pinto y Valdemoro

Esta semana última, el 12 de octubre, antiguamente Día de la Raza, ahora Día de la Nación Española, que también fue Día de la Hispanidad, cumplió un año El Periódico de España. Es el nuevo diario de Prensa Ibérica, el grupo que edita La Provincia y EL DÍA, donde me hice periodista, y del que dependen más de veinte periódicos más en toda España. Con motivo de ese aniversario, Javier Moll, presidente de este grupo que tiene casi medio siglo de vida, convidó para celebrarlo a quienes hacen el periódico, con su directora, Gemma Robles, al frente, y a representantes del arco social y político del que depende este país, además de otros representantes de los más diversos mundos que hacen de este país un universo plural que, en función de esa variedad, se pasa discutiendo todo el día. Esa es la naturaleza de la vida, y por supuesto de la vida política.

Entre las personas que vi, por cierto, había dos paisanos a los que profeso respeto y simpatía, el presidente del Gobierno de Canarias, Ángel Víctor Torres, y el presidente del Parlamento de las islas, Gustavo Matos, con los que tuve ocasión de hablar un rato, antes de que Javier Moll y Gemma Robles explicaran la raíz de la que nace El Periódico de España. Como Prensa Ibérica cuenta cada día lo que pasa en los diferentes puntos (vitales, culturales, políticos) de España, se hacía necesario que en este Madrid ahora soleado como si no lo asistiera aún el otoño hubiera un diario que contara lo que otros no cuentan.

Lo que ocurre en la periferia es cada vez más una historia de la periferia que se queda en la periferia, y el que dirige la compañera Robles es un diario que aspira, de lunes a viernes, a recoger aquí esos latidos que para el centro de España hasta ahora eran ecos apenas audibles.

En ese periódico, y en los otros del grupo, donde me dejen, trabajo y publico, después de años de pertenencia al diario El País, al que jamás dejaré de profesar gratitud y admiración, por lo que me ha dado y por lo que supone para el periodismo español. En función de esta nueva pertenencia (que, como digo, resulta vieja, porque jamás he dejado de estar en los dos diarios canarios del grupo Prensa Ibérica) recibí, para celebrar el aniversario, un encargo que me llevó a hablar con grandes periodistas acerca del presente del oficio en el que ahora cumplo tantos años como Matusalén. La directora de El Periódico de España me pidió que entrevistara a periodistas de carreras acreditadas y que les requiriera su opinión acerca del futuro del oficio que ella defiende desde su diario.

Fue una tarea muy interesante. Este nuevo aprendizaje me llevó a hablar, por ejemplo, con el que fue director del Boston Globe, Martin Baron, y luego, hasta su jubilación, del Washington Post. Es, quizá, el periodista más importante del mundo al menos en estas últimas décadas, cuando impulsó una serie para desvelar una red de pederastia que la Iglesia católica toleró o animó en Boston y sus alrededores. La segunda etapa de su ascensión a esos cielos que sueña todo periodista, hasta el que dice que no aspira a grandes hazañas, llevó a Baron al frente del diario de Bezos, el Washington Post, el diario que hace años debió su primera gran fama a la gestión de Ben Bradlee, el que le dio el botón de imprímase al número con el que su periódico firmó la sentencia periodística con la que se selló el asunto Watergate y se puso en marcha la destitución de Richard Nixon.

Como yo había entrevistado a Bradlee en 2008, cuando el periodismo mundial caía en picado, quise repetir, en esta ocasión en que Gemma Robles me pedía que volviera a hablar con un gran periodista, con uno de los grandes sucesores de aquel maestro, y ahora maestro él mismo. Baron es un hombre afable, tan tranquilo como el que lo representa en la película que se hizo en torno a su éxito periodístico al frente del Boston Globe, pero no es tan circunspecto como el actor que lo reproduce. Al contrario, no solo es afable y paciente, y me respondió por largo a todo lo que le pregunté, del pasado, del presente y del futuro del periodismo, sino que incluso me siguió atendiendo cuando cometí una de esas faltas digitales que dejan en negro la pantalla cuando uno no es experto en los terribles secretos del zoom.

Baron me contó (ustedes lo pueden ver en la web de El Periódico de España, es muy fácil pinchar ahí y leerlo) que el periodismo del pasado, el que tanto añoramos los veteranos hiperventilados, no fue tampoco un reino de rosas, ahí cometimos errores, sufrimos nuestras propias noticias falsas, dimos por buenas exclusivas que eran mamarrachadas, dimos entrada a la opinión cuando la primacía ha de ser la información, y no fue, no, el paraíso. Ahora tampoco esta indigestión digital nos lleva al paraíso, pero depende de nosotros, de nuestra pericia y de nuestro trabajo, que no se desmande el Libro de Estilo universal del periodismo, ese que acuñó el maestro Eugenio Scalfari al frente de La Repubblica de Roma y que rezaba así: «Periodista es gente que le dice a la gente lo que le pasa a la gente». Eso mismo me dijo Baron, sentado a espaldas de una ventana por la que entraba, me pareció a mí, el sol de California, mientras yo estaba sentado de espaldas al primer sol del otoño de Madrid. Me dijo: «Ni aquella época del periodismo de papel fue tan buena ni esta es tan mala como nos la pintan. Todo depende de nosotros, los periodistas, y siempre ha sido y será así».

Y será así, yo lo creo firmemente. El periodismo será siempre el que se hace todos los días, con la materia con la que fue hecho desde el principio de los tiempos: la materia de las noticias…. Este viernes me invitaron a hablar en la Biblioteca de Pinto, a 45 minutos en taxi del centro de Madrid, sobre la vida y el periodismo. Una ciudad preciosa, de edificios bajos, sensatamente diseñada para vivir. Gente muy interesada en la sala, y muy interesante, que iba a escuchar lo que tuviera que decir un periodista viejo acerca del oficio y de su importancia para la sociedad.

Un muchacho, que estudia el oficio, me preguntó acerca de mi opinión de lo que se hace hoy con el periodismo. Me quedé pensando y luego le hablé de la palabra opinión, precisamente, ya que él mismo la había citado. Le dije que en este oficio había un exceso de opinión, que muchos de los que se refieren a lo que ocurre, en las tertulias, incluso en el papel o en la web, se refieren a su propia opinión como si esta fuera la consecuencia de una información que ellos mismos manejaran, cuando muchas veces nace tan solo de un rumor o de algo que ha investigado otro.

La palabra opinión, le dije al naciente colega, no apela al periodismo sino a la ocurrencia, y por ahí estuvimos, entre Pinto y Valdemoro, como dice el dicho, buscándole a este oficio su verdadera naturaleza. Repetir la palabra opinión como parte de los conceptos que se pueden asociar al periodismo es una de las cáscaras de plátano en las que resbala el oficio. Luego les hablé de otras cosas, y pedí perdón cuando, en un momento dado, yo mismo dije la maldita palabra, «opino».

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