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La guerra escala en Ucrania

Una de las principales paradojas que está dejando la guerra en Ucrania es la que hace referencia a la posibilidad de una mayor escalada del conflicto en términos globales cuando mejor parecen irle las cosas a Ucrania sobre el terreno. Así, durante los últimos días se están viviendo quizá los momentos de mayor tensión y riesgo desde el mes de junio, cuando la guerra pareció estancarse.

La guerra escala en Ucrania

En septiembre y octubre, sin embargo, se han sucedido episodios que han acelerado de manera exponencial la escalada. Veamos. La contraofensiva que ha librado el Ejército ucraniano durante el mes de septiembre, y que le ha hecho recuperar puntos estratégicos como Limán, esencial para la logística rusa, o la práctica totalidad de Járkov, han puesto en serios aprietos al Kremlin. La respuesta rusa se articuló sobre dos ejes, el territorial, a través de la anexión de Donetsk, Lugansk, Jersón y Zaporiyia, y el militar, decretando una movilización general parcial. De este modo, los territorios incorporados a la Federación Rusa quedaban bajo el paraguas nuclear que proporciona la Constitución rusa y, por tanto, cualquier ataque contra estas nuevas incorporaciones supondría una agresión contra la propia Rusia. De hecho, el discurso de Putin en la plaza Roja el pasado 30 de septiembre subió en varios decibelios el tono al esgrimir los argumentos tanto de «guerra santa», vinculada a la defensa de los valores de la ortodoxia oriental, como de la carta nuclear.

Su objetivo, entonces, era de un lado transformar, de cara a su opinión pública, una guerra ofensiva de conquista en una defensiva, para así justificar la movilización de reservistas; de otro, ofrecer una opción negociadora a Ucrania y a Occidente que le permitiera salvar la cara ante las crecientes críticas internas por el devenir de la guerra. El sabotaje contra los gasoductos Nord Stream 1 y 2, así como el bombardeo del simbólico puente de Kerch en Crimea, no han hecho más que encender aun más la situación de escalada militar, tal y como se ha podido comprobar con los ataques rusos con misiles no tripulados que han causado el caos en las principales ciudades ucranianas.

En este contexto se hace indispensable una lectura serena de la situación alejada del ruido y de análisis morales que no llevarán a ningún lugar, y, mucho menos a la resolución de la misma. Es imprescindible tener claras varias premisas. La primera, Rusia no tiene capacidad convencional, a la luz de lo demostrado durante los siete meses de guerra, de derrotar a una Ucrania apoyada por EEUU y el Reino Unido, tanto en logística e inteligencia como en recursos militares. Solo gracias a este apoyo fundamental se puede explicar el contraataque y la resistencia admirable de los ucranianos hasta ahora. La segunda –a la luz de la anterior–, estamos ante una guerra que si bien en el plano convencional se libra en Ucrania, en términos más amplios es una guerra proxy librada por terceros en ese mismo territorio. Y tercera, EEUU no ha terminado con Rusia en guerra convencional solo por una razón: porque es potencia nuclear y se corre el riesgo de escalar el conflicto hasta un nivel nunca antes visto.

A partir de aquí son varios los dilemas a los que nos enfrentamos, e incluyen desde la potencialidad de una escalada hasta el progresivo estancamiento y congelación del conflicto. Por el momento, parece que todas las partes apuestan por mantener sus posiciones, algo que no incluye una negociación del alto el fuego, al menos públicamente.

Mientras tanto, la desestabilización se extiende más allá de Ucrania. Hay disparos de misiles en Asia que involucran a Corea del Norte, Corea del Sur y Japón, se incrementan los movimientos políticos y militares en la periferia inmediata de la Federación Rusa y se observan movimientos preocupantes en África, como el golpe de Estado vivido en Burkina Faso hace pocos días. Algunos preguntaron qué hacía diferente esta guerra de otras que siempre han estado ahí. La respuesta es relativamente sencilla. En un mundo hobbesiano, ser el país más grande del mundo, poseer recursos naturales esenciales y tener armas nucleares hace que cualquier conflicto tenga unas dimensiones difíciles de alcanzar en cualquier otra latitud.

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