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José Luis Villacañas

Sociedades de equilibrio

Las nuestras son sociedades de equilibrio. Si lo pierden, dejarán de ser democráticas más pronto que tarde. Esta es la enseñanza posterior a la Primera Guerra Mundial. Dado que los desequilibrios son múltiples, nada más peligroso que su cruce multiplicador. Entonces los efectos trágicos están asegurados. Si el paro se desequilibra, se multiplica con la inflación, y su producto se multiplica por desigualdades materiales e ideales profundas, y el resultado se cruza con la injerencia extranjera y, a su vez, se multiplica por un sistema comunicativo de intensa agitación, entonces el resultado es letal.

Esos elementos ya juegan en nuestras sociedades y nos llevan a una situación de riesgo alto. Europa se enfrenta a la responsabilidad de que los desequilibrios no alcancen intensidad, pero sobre todo debe impedir que se multipliquen entre sí. Para ello hay que lograr un sistema de comunicación que mantenga el buen sentido –como hizo Luis Argüello el pasado jueves– e impida que dominen las voces irresponsables de los diletantes y trolls, pues en el sistema de comunicación se realizan las multiplicaciones amenazantes.

Sin embargo, como juego complejo de tensiones, la sociedad democrática no puede poner en marcha sus dispositivos compensatorios, para forjar equilibrios, si no presta voz a la realidad y sus conflictos. Hablamos de equilibrios democráticos, no tecnocráticos. Por tanto, su premisa es reconocer los elementos que implican luchas. Pero la meta siempre será alcanzar un equilibrio. El problema democrático central es identificar la lógica desde la que se buscan esos equilibrios. Esa lógica es el objeto de la hegemonía. Ahí las opciones son claras: lucha por la igualdad de condiciones sociales, o lucha por la defensa de situaciones de ventaja. Dónde se sitúe el equilibrio en cada caso, será resultado de la lógica de las fuerzas en lucha. Pero si es una lucha democrática, ninguna aspiración parcial puede poner en peligro el juego democrático general y sus condiciones sociales de partida.

Desde luego no deseo escribir un tratado aquí, sino recordar que Europa ha optado por esta idea: la compensación como recomposición de equilibrios. La derecha española, sin embargo, ha optado por otra: la defensa de la posición de ventaja. Para ello utiliza su lógica hegemónica que dice sencillamente: «Sálvate tú. No te preocupes por la sociedad en su conjunto». La trama ordo-liberal europea es conservadora, desde luego, pero su lógica hegemónica es más matizada. «Conserva, pero reequilibra», dice. Aquí, la influencia norteamericana en nuestra derecha es más fuerte –véase Madrid– y dice: «mantén la posición de ventaja a toda costa, sin un paso atrás». Por eso la orientación política europea se incorpora con dificultad al ámbito de nuestra política. Aquí se busca mantener la situación de ventaja de forma insensible a la búsqueda de equilibrios y compensaciones, las únicas prestaciones que pueden mantener la democracia en el medio plazo.

Se ha visto con la rebaja de impuestos a los ricos de Moreno Bonilla, que va en dirección contraria a la búsqueda de compensaciones para las rentas bajas españolas, golpeadas por la inflación y por los primeros recibos mensuales del impuesto especial al tope energético, escandaloso error del Gobierno Sánchez que estamos pagando todos. En este sentido, la tardanza del Gobierno en adoptar medidas compensatorias de estos atropellos ha llevado al presidente Puig a tomar medidas de forma urgente. Así ha forzado a cerrar las estériles disputas que en el seno del Gobierno central estaban retrasando los acuerdos. Puig ha hecho ver a los socios del Gobierno central que los gastos de oportunidad son ahora más grandes que las ventajas que se podían obtener arañando alguna medida más. Esto se debe a que ha escuchado mejor el clamor que se ha producido ante los últimos recibos de la luz y ante la difícil situación económica que vive gran parte de la ciudadanía.

Ahora el Gobierno central ha reaccionado. La pérdida de ingresos por las exenciones de las rentas bajas debía ser compensada por el aumento de tasas a las rentas altas de forma inmediata. No se puede enviar el mensaje, que con torpeza apuntó la ministra portavoz, de que las compensaciones que buscan equilibrios implican reducción de recursos públicos. Los que ganen menos de 20.000 euros anuales no pueden entrar ya en los equilibrios. Todos los equilibrios deben mejorar su posición. Así de sencillo. Compensar no puede confundirse con una política fiscal a la baja. Aquí lo que se debe imponer es la lógica que sitúe a España en la media fiscal europea, algo que ni el PSOE ni el PP han querido hacer en medio siglo. Porque la lógica hegemónica del sistema político en España ha sido mantener las posiciones de ventaja de nuestras clases altas.

Lo mismo, e incluso más intensamente, se descubre en la cuestión judicial. Aquí la posición del PP se mueve en el límite de la mentalidad democrática. Pues lo que se juega es que la actual composición de las Cortes no se refleje en la composición del poder judicial. Esa es la cuestión de fondo. Considerar como excepcional la representación política actual, esperando que en la próxima legislatura se puedan sumar tres quintos sin Unidas Podemos, vascos y catalanes. Ese juego, que busca mantener a toda costa la posición de ventaja del PP en el actual Consejo, implica sepultar la pluralidad democrática. Sólo sobre ella se pueden edificar los equilibrios. Esta voluntad de exclusión separa a nuestra derecha de un genuino espíritu europeo.

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