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Propuesta pedante

En una de las escenas en versión original de la gran película de John Ford El hombre que mató a Liberty Valance se escucha: «Cuando la leyenda se convierte en un hecho, publicamos la leyenda» (When the legend becomes fact, print the legend). Resulta difícil conocer la realidad acerca de las estrellas de cine y de cuantas personas terminan transformándose en mitos. La mezcla de hechos, rumores, exageraciones, publicidad, propaganda y fantasía acaban consolidando una visión de las historias que, prolongada durante décadas, impide saber con exactitud lo ocurrido. Probablemente se torna imposible ahora mismo averiguar quién y cómo era verdaderamente Marilyn Monroe (o Norma Jeane Mortenson). En todo caso, se alzó como un icono de su época que ha trascendido a las posteriores generaciones. Y, aunque personalmente el personaje nunca me llamó la atención en exceso, reconozco su influencia y repercusión innegables.

En ese sentido, el biopic Blonde presenta algunos méritos destacados, en particular la actuación francamente relevante de la actriz protagonista, así como secuencias puntuales de bella factura. Sin embargo, los deméritos son, a mi juicio, superiores y reducen el largometraje a un intento fallido de hacer buen cine. El director neocelandés Andrew Dominik ha impuesto un estilo narrativo errático, abusando de la cámara lenta, los planos oníricos, el juego de imágenes y la distorsión de los planos, difuminando las figuras y recreándose innecesariamente en los efectos lumínicos. Se trata de herramientas útiles para rodar un videoclip musical y, usadas con ponderación y tino, también para un filme. Pero, si a lo largo de casi tres horas de proyección se abusa de este tipo de recursos, deriva en un pesado ejercicio de pedantería.

La recreación de la famosa escena de La tentación vive arriba, en la que a Marilyn se le levanta su falda blanca al pasar por el conducto de ventilación del metro, da fe de ello. La reiteración de la cámara lenta para repetir lo mismo una y otra vez desvirtúa un momento destacado para plasmarlo en una cargante y pretenciosa manifestación artística. En general, la forma en la que Dominik lanza su mensaje resulta bastante molesta y, sea certero o equivocado, lo peor es que peca de reiterativo. La moraleja que pretende transmitir se subraya, se recalca y se repite con tanta insistencia que ya satura a los pocos minutos e impide asumir la biografía con seriedad. La denuncia que traslada (la hipocresía de Hollywood, la crueldad humana, las imágenes falsamente idílicas de los famosos, el uso devastador de una persona para fines comerciales…) se revela infructuosa o, como mínimo, cansina ante tanta redundancia. Cuando se apuesta por una duración de ciento setenta minutos se ha de ser hábil con el ritmo y la intensidad del relato. Aquí, por el contrario, el cineasta se regodea en el plano contemplativo y en el pausado juego visual para alargar innecesariamente su idea de la narración. Una pena, pues en mi opinión existían material y talento interpretativo de sobra para armar una notable cinta.

Cabe destacar sin duda la sobresaliente labor de Ana de Armas, hasta el punto de merecer cuantas candidaturas y nominaciones a premios y galardones se decidan en los próximos meses. Ha ofrecido otras meritorias actuaciones en Blade Runner 2046 o Puñales por la espalda, pero en Blonde lleva a cabo su mejor papel. Se nota que se ha entregado al personaje y ha creído en el proyecto, demostrando versatilidad y potencial suficientes para afrontar propuestas de muy diversa índole.

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