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Maya Benco

Que viene el lobo

La tormenta tropical Hermine dejó lluvias de récord en Canarias. En algunos lugares cayó hasta el 80% de las precipitaciones que se recogen en todo un año y esto ha demostrado dos cosas: por un lado, que los servicios de emergencia alertaron de manera eficaz y temprana y, por otro, que no podían faltar los de siempre, los que se quejan por todo y acusan a las autoridades y medios de comunicación de alarmistas.

Cada vez que la Aemet da un aviso, hay gente que no falla; que está ahí esperando móvil en mano para, como hinchas de un equipo deportivo rival, soltar eso de «ya están estos alarmando» o «seguro que no es para tanto». Yo no he estudiado Física del Tiempo ni soy una experta, pero entiendo que los meteorólogos saben más que todos los que no tenemos ni repajolera idea de lo que es un sistema convectivo de mesoescala, interpretar gráficos, cálculos de probabilidades o programas de seguimiento. Yo, y nótese la ironía, a lo máximo que me aproximo es a divagar sobre el olor de las nubes.

En mi humilde opinión, no hay que ser más papistas que el Papa. ¡Qué nos quejamos por todo! Estoy convencida de que si en esta ocasión no se hubieran dado las alertas, algunos también se habrían rasgado las vestiduras. Y a ver si vamos comprendiendo que son avisos –del latín ad visum, una advertencia que se comunica a alguien. Puede tratarse de una señal, un consejo o una llamada de atención– para que la gente sepa actuar en caso de que llueva, truene, o nos caiga un meteorito, que son avisos de probabilidad no una sentencia en firme.

En el año 2002 nada hacía presagiar la gran tromba de agua que cayó sobre el área metropolitana de Tenerife. La falta de alerta (ya que hasta ese suceso no existían) hizo que pillara a la población totalmente desprevenida con el resultado de la pérdida de ocho vidas, más de medio centenar de heridos, cientos de viviendas afectadas, vecinos aislados, 70.000 personas sin luz en sus casas y daños por valor de cerca de 90 millones de euros.

Otro fenómeno meteorológico adverso que nos lo hizo pasar muy mal fue la tormenta tropical Delta, en 2005. El próximo mes de noviembre hará 17 años que hizo acto de presencia en el Archipiélago canario y con un resultado igual de devastador: un hombre perdió la vida tras ser arrastrado por el viento en Fuerteventura y seis migrantes naufragaron mientras intentaban alcanzar Canarias. Solo nos alcanzó la cola de la tormenta, pero aun así provocó daños materiales multimillonarios y dejó sin luz a unos 350.000 ciudadanos durante días, e incluso, una semana. Y en esa ocasión sí hubo un seguimiento previo del fenómeno desde el Centro nacional de Huracanes de EEUU y la Aemet. Pero contra la naturaleza poco se puede hacer, más que estar preparados para evitar daños mayores.... y de esto se trata.

Las quejas o lamentaciones que he leído en las redes sociales –bendito patio de vecinos– cada vez que se dan avisos, especialmente el fin de semana que en el que se acercó Hermine para dejarnos un tremendo aguacero, me recuerdan mucho la fábula del escritor griego Esopo Pedro y el lobo. Solo que a la inversa.

Pues que quieren que les diga… yo prefiero que me avisen de que viene el lobo… y no perder ninguna oveja.

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