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Alfonso González Jerez

Retiro lo escrito

Alfonso González Jerez

La cosecha

Un tuit de ayer ejemplifica perfectamente la negligencia intelectual y política de la izquierda española y europea frente al florecimiento de la extrema derecha en casi todo el continente. Lo escribió una directora general de Gobierno autónomo, Marta Saavedra, que a mayor abundamiento es nada menos que secretaria de Estudios y Programas del PSOE canario: «Gracias a los italianos e italianas que hoy NO votaron fascismo. Y mañana será el inicio de un nuevo tiempo en donde (sic) volverá a prevalecer la cordura. Ya ocurrió. Y volverá a ocurrir». Casi se oye la banda sonora de Novecento. Porque para esa izquierda –casi toda la izquierda– lo fundamental es horrorizarse, exaltar a los que votaron correctamente y expresar píos deseos porque sabe que el bien prevalecerá sobre el mal. Lo de pararse a pensar un par de horas sobre las razones por las que la mayoría de los italianos que votaron lo hicieron a favor de la extrema derecha ni se le ocurre a la secretaria de Estudios y Programas ni a la inmensa mayoría de sus compañeros.

La victoria en Italia de esa repulsiva coalición de conservadores y posfascistas, con Giorgia Meloni de mascarón de proa, es un síntoma del avance de la deslegitimación de la democracia liberal y representativa. El ratón se ha cansado de correr en la rueca de su pequeña caja. Ya solo los viejos recuerdan los buenos años, desde principio de los cincuenta hasta mediados de los setenta, los años de crecimiento económico, de consolidación de un estado de bienestar que redistribuía riqueza con mayor o menor eficacia, los tiempos de un ascensor social que funcionaba y de una pequeña y mediana empresa sólida y bollante y prestigiosa. A partir de entonces comenzaron a encadenarse las crisis, los desastres y las quiebras hasta hoy. Los que creen que Italia está viviendo un terremoto desde el pasado domingo simplemente ignoran la historia reciente del país. La corrupción infinita de la Democracia Cristiana y sus acuerdos bajo cuerda con el PCI pos Togliatti, el terrorismo de las Brigadas Rojas y su némesis, los grupos terroristas financiados por el propio Gobierno, capaces de atrocidades como la matanza en la estación de Bolonia, la Operación Gladio, una estructura secreta integrada por políticos, militares, empresarios, financieros y académicos vinculada por la OTAN y patrocinada por la CIA, la inestabilidad política transformada en ley, unas administraciones públicas cada vez más pútridas y calamitosas y, apenas anteayer, los tres mandatos presidenciales de Silvio Berlusconi: el monopolista de la televisión privada gobernando contra su competidor principal, el multiimputado manipulando la administración de justicia, el hombre más rico del país con intereses en finanzas, seguros y negocios inmobiliarios legislando en los tres sectores. En este carrusel de horrores, en ese lodazal canalla y purulento lleva chapoteando Italia desde hace medio siglo mientras los italianos se empobrecían, las infraestructuras se caían a pedazos y la presión fiscal –y en especial los tributos municipales– se disparaba enloquecidamente. En la última década son miles los italianos que –por ejemplo– se han avecindado en Canarias. No han venido a hacerse ricos, sino a sobrevivir.

El sistema parlamentario ha fallado. La izquierda ha culminado su estúpido festín caníbal y su descrédito solo puede compararse con su impotencia, su falta de propuestas, sus miedos y soberbias. Los italianos se aferran a su identidad familiar, patriótica o religiosa, lo único que creen que les queda, pero también la consideran en peligro. Estoy puteado, harto, sin un céntimo, y encima desprecias mi identidad, es burlada, apartada, ignorada o no es reconocida como la hegemónica frente a los que vienen de fuera. Meloni no ha tenido que hacer nada especial. Solo recoger la cosecha que otros han sembrado.

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