Nadie pone en duda que estamos a las puertas de una recesión europea a la que España contribuirá con, al menos dos trimestres de caída del PIB y un crecimiento interanual entre el cero y uno por ciento, por mucho que algunos traten de apagar esa previsión con el ruego de un taimado mensaje positivo que nadie cree ni quiere.
Es cierto que los mensajes positivos son necesarios, pero también que para pasar de un punto a otro hay que transitar por el medio. Los mensajes positivos vendrán cuando empiece a vivirse un punto de inflexión robusto hacia la recuperación.
Saldremos de esta. Seguro. Pero sin ajustes ni sufrimiento va a ser prácticamente imposible.
En este preludio de efectos de la crisis, en la que estamos sumergidos, el empleo se desacelera, sube la tasa de paro real -paradójicamente con falta de trabajadores para cubrir los puestos de trabajo demandados- aderezado con la finalización de las cláusulas de las ayudas covid que impedían despedir a las empresas con problemas de viabilidad.
La inflación sigue en niveles de dos dígitos –la subyacente por encima del 6%– mientras el BCE saca toda su artillería, subiendo los tipos de interés hasta que no cruja algún sector empresarial o familiar, para parar el consumo.
Mientras tanto las ayudas a las empresas y familias no llegan a tiempo, ni la administración pública baja su gasto superfluo, alguno de los impuestos (directos o indirectos) con los que ha conseguido el mayor incremento de recaudación de su historia, por lo que los niveles de vulnerabilidad de la economía y la confianza empresarial están claramente resentidas.
Es tiempo de un buen paraguas. De vigilar el mercado y aprovechar, sesudamente, las oportunidades. De controlar las inversiones y guardar tesorería para sortear airosamente este trance e invertir con fuerza en un futuro.
Solo podemos elegir, parafraseando la conversación de Morfeo y Neo en la película Matrix, entre el paraguas rojo o azul
