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Josefina Velasco Rozado

El otoño y la vida

El final del verano, además de ser una vieja canción de amores que se van con el estío, es una realidad que impone el ciclo solar y cada año, querámoslo o no, llega. Al otoño, la estación de la nostalgia, le abre la puerta el equinoccio, el pasado 23 de septiembre esta vez. La Tierra reparte dones y exige pagos y por eso cuando en el hemisferio boreal entra el otoño, en el austral renace la primavera. Todavía el estreno del equinoccio que iguala días y noches, pero anuncia el triunfo de estas, nos encuentra la piel escrita por el sol y las marcas que dejaron los paseos al borde del mar o las caminatas por los campos de aquel pueblo que nos sorprendió. Tal vez aún resuenen en nuestros oídos los acordes del último concierto o queden restos de la resaca de las fiestas que siempre coinciden con este final del verano. Repasaremos las puestas de sol bellísimas y tardías de los días largos, que se negaban a quedar atrapadas en nuestro objetivo, porque nada superaba la realidad.

El año sigue su curso inexorable y, como la vida misma, van pasando estaciones. Pese a la belleza de los colores que las hojas de los árboles caducifolios tienen en los días otoñales pintando paisajes del amarillo al rojo intenso en una gama sorprendente, concluimos en canciones que «estos días grises del otoño me ponen triste» asociados como están al principio del frío, tiempo en el que «el suelo se fue abrigando con hojas, se fue vistiendo de otoño». Prendados quedaron del otoño las paletas de los pintores; Monet, Van Gogh, Gauguin o Kandinski sucumbieron a él; disparamos los objetivos para captarlos siempre que el viento caliente arranca los últimos vestidos arbóreos. Ocres, amarillos, naranjas, rojos, marrones y violetas salen a nuestro encuentro cuando la luz solar disminuye, y la clorofila y la temperatura bajan su regeneración. En sentido metafórico el otoño se asocia al principio de la vejez de la que huimos como las aves migratorias que emprenden el vuelo… Ya lo cantaban los poetas. Muchos tejieron bellas palabras entorno a esta parada de la melancolía. Juan Ramón Jiménez, Octavio Paz, Mario Benedetti («aprovechemos el otoño antes de que el invierno nos escombre») Antonio Machado, Pablo Neruda, Ángel González («el otoño se acerca con muy poco ruido: apagadas cigarras, unos grillos apenas, defienden el reducto de un verano obstinado en perpetuarse»). Es necesario el otoño decadente y el invierno frío para que la vida resurja y vuelvan la primavera y el verano.

Hubo ciclos de la historia o regímenes perversos ligados al otoñal estadio. El otoño de la Edad Media de Johan Huizinga fue de lectura obligada. Superado ya en algunos de sus postulados, relataba la pérdida de los valores caballerescos, la vida, el arte y el despertar urbano en los siglos finales del medievo, más fructífero y menos oscuro de lo que el desconocimiento le atribuye, pero violento y emocional, «tan abigarrado y chillón era el colorido de la vida, que era combatible el olor de la sangre con el de las rosas». En El otoño del patriarca García Márquez dibuja el prototipo del dictador senil que sujeta férreamente las riendas de un poder opresor en el ocaso de la vida.

Posiblemente sea cierto que, pese a las luces artificiales y a las ciudades diseñadas que nunca duermen, la influencia de la naturaleza con el descenso de luz y el aumento de oscuridad haga disminuir los niveles de serotonina y perturben nuestro estado emotivo. Crecen las infecciones, se trastoca el sueño, comemos más y parece que vivimos menos. Hasta aquí es evidente que no es bienvenido el otoño. Y si a las noticias nos referimos, los augurios son más que preocupantes.

Sea como fuere este periodo, en versión optimista y hasta gastronómica, ofrece manjares capaces de compensar la desazón. Es temporada de higos, moras, arándanos, frambuesas, membrillos, peras, uvas, granadas, kiwis, manzanas, avellanas, nueces o castañas; todos capaces de aportar energía, antioxidantes y elevar el ánimo, leemos. Son mejores los paseos al aire limpio y el disfrute de la naturaleza multicolor. Es más propicio para leer, vivir en compañía y realizar actividades lúdicas compartidas. Nada igualaba en el pasado los cuentos al calor de la lumbre o las labores populares.

No perdamos el ritmo de la vida sabia. Es necesario disfrutar hasta de la tristeza. Una corriente historiográfica al alza, la historia de las emociones, bucea en la complejidad de la relación entre cambios sociales y emociones, un hecho del pasado y del presente, cuya presencia en el estudio de la Historia no es nueva, aunque sí más abundante. Si consideramos que «las expresiones emocionales no son ni completamente naturales ni enteramente construidas» llegaremos a concluir que hay momentos, influidos por el tiempo (el meteorológico y el personal) en que podemos sentirnos más «sentimentales». Y, dada la sobreabundancia de recursos sociales (las redes) que utilizan, más que la razón, la sensibilidad para inducirnos comportamientos, debemos reforzar nuestras defensas con dosis extra de conocimiento y de acción positiva. Ello, de paso, nos blindará contra la manipulación política de las emociones, un fenómeno que, no siendo nuevo, está en alza. Aunque poco tenga que ver el otoño con este hecho en ascenso, el periodo anual en el que parece abundar más la debilidad exige un refuerzo para que el «otoño caliente», que casi todos los años se anuncia por motivos diversos, no nos pille con las defensas bajas.

Vivimos un tiempo difícil, aquejado de nubarrones bélicos, pandémicos, inflacionistas, con amenazas de retrocesos y catástrofes. Sin banalizarlo, sino encarándolo con decisión será superable. Hubo otros antes. El viento del otoño que hace caer las hojas y las nubes que traen la lluvia formarán un manto de alimento para la tierra. Aprovechemos del otoño los colores que cada año, iguales, son siempre diferentes.

[Huizinga, J. (1919). El otoño de la Edad Media. Alianza Ensayo, 2001; Moscoso, J (2015). La historia de las emociones, ¿de qué es historia? Vínculos de Historia, 4 (acceso libre)]

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