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Giorgia Meloni | Candidata a primera ministra de Italia

Camisa negra bajo una piel de cordero

Lo primero que hace un fascista que se sirve de la democracia para tratar de alcanzar el poder es negar que es fascista. «El fascismo es historia desde hace décadas», ha dicho durante la campaña electoral italiana Giorgia Meloni (Roma, 45 años). El siguiente paso del posfascismo consiste en arrojarse a los vientos de modernidad propios de la evolución social y dejarse mecer; mezclarse entre los demócratas y empoderar a una mujer para cazar en ese coto electoral femenino que difícilmente elegiría a un hombre cuyo discurso venteara sobre recortar derechos a las de su género. Ocurrió con Sarah Palin y su Tea Party en Estados Unidos; con Marine Le Pen en Francia; con Pernille Vermund en Dinamarca; y, pese a cosechar estridentes fracasos, con Rocío Monasterio o Macarena Olona en España.

Lo cierto es que Giorgia Meloni, la candidata de Hermanos de Italia, partido heredero de la Alianza Nacional y del Movimiento Social Italiano (MSI) -fundado en 1946 tras la muerte de Mussolini-, puede convertirse en primera ministra en las elecciones generales del domingo. Cose dall’Italia.

La formación de Meloni encabeza las encuestas con más de una cuarta parte de la intención de voto, en cuyo haber debe tenerse en cuenta el singular crecimiento en apoyos operado entre el electorado femenino. En las europeas de 2019, el 50% de los votos de Hermanos de Italia procedía de mujeres, trece puntos más que los recibidos en 2014. El respaldo femenino a las ideas de Giorgia Meloni resulta más llamativo cuanto más se piensa en que hablamos de un Estado en que las leyes de igualdad llegaron siempre a deshora, la política es tremendamente patriarcal y solo una mujer es presidenta de región. Sin embargo, la cruda realidad apunta que en las dos áreas donde el partido de Meloni comparte gobierno, muchas mujeres que desean interrumpir su embarazo deben desplazarse a otras zonas para adquirir la píldora abortiva. Meloni representa, por tanto, todo lo opuesto al feminismo.

Aunque no se recuerdan artículos suyos más allá de lo escrito en medios afines a la Alianza Nacional, las biografías de Giorgia Meloni la presentan como periodista. Periodista ideologizante, en cualquier caso. La puesta de largo a los 15 años en las juventudes del MSI ya apuntaba maneras. Su despertar a la adolescencia podría haber discurrido como el de tantos jóvenes que se encaminan hacia la edad adulta deslumbrados por la simbología del fascio y los uniformes de Hugo Boss de las SS, para descubrir, antes de los 18, que aquello no era más que la brillantina de la pubertad. Pero Meloni se mantuvo firme en aquel carril trazado décadas atrás por las Camisas Negras del Duce, en el que una parte de Italia viaja desde hace tiempo hacia no se sabe dónde.

Camisa negra, piel de cordero. Además de negar la carcunda de su ideario, la líder de Hermanos de Italia ha tratado en esta campaña de dulcificar su mensaje con la vieja táctica de confrontar ideas en un mismo discurso; negando unas cosas para reafirmarse en otras; enfrentando conceptos de modo que no parezca lo que en realidad son para confundirse entre el pelotón de indecisos; descartando unas opciones en beneficio de otras; e introduciendo los ingredientes en la misma coctelera a fin de lograr un combinado al gusto de cualquier paladar. Diremos a la gente lo que quiere oír y cuando lo quiere oír.

La puesta en práctica más evidente de esta estrategia no la vimos en Italia, sino el pasado junio en Marbella, donde Meloni intervino en un mitin de Vox durante la campaña andaluza: «Sí a la familia natural, no a los lobbies LGBTi; sí a la identidad sexual, no a la ideología de género; sí a la cultura de la vida, no al abismo de la muerte; sí a la universalidad de la cruz, no a la violencia islamista; sí a fronteras seguras, no a la inmigración masiva; sí a la soberanía de los pueblos, no a los burócratas de Bruselas; y sí a nuestra civilización, y no a quienes quieren destruirla».

Originaria de Garbatella, uno de los barrios más degradados de Roma, Meloni se crio en una familia humilde, emigrante de Sicilia y con una madre soltera abandonada por el marido. Rompió muy pronto con su progenitor, con apenas 11 años, y encontró en las juventudes neofascistas «una familia más numerosa que la mía de origen», asegura en su autobiografía. En cargos públicos desde los 21 años, su eclosión se ha producido, como tantos populismos europeos, a la sombra de la pandemia y de la guerra de Ucrania. Con anterioridad a ambos hechos, en las generales de 2018, Hermanos de Italia obtuvo poco más del 4% de los sufragios; los sondeos le conceden entre un 24 y un 26% en las votaciones del próximo domingo. Carece de reparos a la hora de hilvanar su política antimigratoria y hace unas semanas difundió en redes el vídeo de la violación en plena calle de una refugiada ucraniana por quien describió como «un solicitante de asilo».

La Historia nos condena a repetir nuestros errores e Italia no es la excepción. Como si hubiera regresado al bucle que se inició tras el final de la Segunda Guerra Mundial, con Mussolini fusilado y expuesto su cuerpo colgado en la Plaza Loreto de Milán, una victoria de Meloni amenaza con hacer realidad la máxima de Pavese, confinado en 1935 por antifascista: «El futuro vendrá de un largo dolor y un largo silencio».

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