Hay que romper con lo ineficiente y abrirse a las soluciones pactadas, basadas en el diálogo.
El idealismo, más que soluciones, endulza nuestros oídos y aporta complacencia.
Si no pensamos críticamente perdemos la capacidad de ver los problemas en perspectiva, así como encontrar una solución a los problemas que nos planteamos.
Los hechos son buenos cimientos para la toma de decisiones. Tener la capacidad de preverlos no tiene precio.
Al fin y al cabo, los hechos son parte de una estructura que no dicen nada por si mismos, ni somos capaces de interrelacionarlos.
Todo depende de todo. Cambiar, o dejar las cosas como están, tienen consecuencias.
También es importante la concentración en lo que analizamos. Alejarnos del noticiario de turno, que mezcla bombas con inauguraciones y centrarnos en lo verdaderamente prioritario.
Las dudas imposibilitan tu capacidad de obrar. De solucionar o superar los retos.
Cada persona que busca una solución discrimina los adornos que le ofrecen y trata de confiar en lo claro y explícito: en el compromiso y en la capacidad.
Erich Fromm, en su libro escrito en 1941 El miedo a la libertad, lo expone meridianamente claro:
«El hombre de la moderna sociedad industrial: una autoconciencia de insignificancia personal, una sensación de soledad moral y la resignación a sacrificar su propia vida en virtud de poderes exteriores y superiores. En este sentido, no importa que el hombre actual haya conseguido liberarse de los vínculos de la sociedad tradicional y a la vez sentar las bases de una auténtica potenciación de las cualidades humanas.»
Cuando hablamos de inflación, guerra o escasez no hablamos de eso. Hablamos de pobreza o progreso, de soluciones y compromisos: de empleo y riqueza.
Es el momento de ponernos manos a la obra. La realidad está sentada en la silla de nuestro comedor.