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Jorge Bethencourt

EL RECORTE

Jorge Bethencourt

Un año después

Hace un año, la tierra se abrió en La Palma, justo delante de las cámaras de televisión y nació uno de los volcanes más telegénicos de nuestra época. Uno cuya vida estuvo retransmitida en directo desde su berreante nacimiento hasta su último suspiro sulfuroso.

El rojo incandescente de la lava se convirtió en el decorado de fondo –el photocall, que dice hoy la manada cursi– de televisiones de todo el mundo y de los ministros del Gobierno de España que acudieron en tropel como moscas a la miel, para ver el exotismo.

Lo que pasó con el volcán ya lo sabemos. Las coladas de lava, en su camino hacia el mar, se llevaron por delante todo lo que encontraron: casas, fincas, carreteras e infraestructuras. Esos medios nacionales, o sea, madrileños, que nunca le hacen ni puñetero caso a las Islas Canarias, mandaron locutores estrella para que le contaran a sus audiencias cómo asustaba el pavoroso rugido del Tajogaite y cómo sufrían las familias que lo habían perdido todo.

Durante meses los palmeros disfrutaron del prime time. Y sus pequeñas historias, sus dramas y lágrimas se convirtieron en el soporte troncal de todas las programaciones. De igual manera que en el mar la sangre atrae a los tiburones, la alta exposición mediática de la isla atrajo nubes de autoridades, que se desvivieron en atender amablemente a los medios y en poner cara de pesadumbre ante la catástrofe.

El volcán submarino de El Hierro fue una coña comparado con el destrozo de Cumbre Vieja, que además tenía el antecedente de un reportaje de la BBC donde se especulaba con que la mitad de la isla se podría derrumbar sobre el mar, creando un megatsunami que se tragaría Canarias. Alguno estuvo a punto de irse a vivir al refugio de Altavista, en el Teide. Pero como todo tiene un fin, menos los impuestos, el volcán se apagó. Se apagaron los focos, se recogieron los cables y los medios se fueron por donde vinieron. Y también los ministros.

Un año después parte de La Palma está sepultada por la lava y toda ella por la literatura política de ficción. El Gobierno dice que ha enviado una lluvia de millones, pero los palmeros no los ven por ninguna parte. Y están cabreados. En algunas zonas los gases tóxicos impiden el reasentamiento. Sigue sin haber suficientes viviendas para quienes las perdieron. Las necesidades de la gente son urgentes y la acción pública es un caracol. Excepto la de la delegación del Gobierno, que ha prohibido velozmente una manifestación de protesta de los palmeros en Los Llanos. Ese photocall no les gusta a los ministros.

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