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observatorio

Estado de la Unión en Bruselas

Esta semana ha sido una de las más importantes en el entorno comunitario. Parlamentarios y comisarios, medios de comunicación y lobis, todo el mundo se reúne en Estrasburgo para debatir sobre el programa político propuesto por la Comisión Europea de cara al curso que ahora comienza. En esta ocasión, las cuestiones que se han abordado se han centrado, fundamentalmente, en torno a la presencia de la guerra, de nuevo, en territorio europeo.

Si bien es verdad que la guerra nunca estuvo ausente del panorama internacional, no es menos cierto que el mito de la integración se ha sostenido sobre los mimbres de la construcción de la paz en Europa. La guerra ha quedado oculta a los ojos de las élites políticas comunitarias, a pesar de que los conflictos nunca han desaparecido. Así, la situación de guerra por la que atraviesa el continente y las respuestas que se hayan dado o se vayan a dar en el futuro para responder a la agresión rusa en Ucrania eran ineludibles en el discurso que planteó Ursula von der Leyen. Y así, comenzó «nunca se había debatido en este Parlamento con una guerra en suelo europeo». Y sobre esta entradilla continuó su línea argumental sobre el bloque dedicado a la firmeza que debe mantener la UE frente a la amenaza rusa, «las sanciones están aquí para quedarse, es momento de resolución, no de apaciguamiento». Esta frase constituye en sí misma un lema de trabajo con el que se pretende mostrar ante el mundo, pero sobre todo ante Rusia, que la UE no sólo no cederá ante el «chantaje energético», sino que pasa a la ofensiva. Ya no se trata solo de defenderse, sino de ir a por el enemigo y lo quiere hacer mostrando firmeza en las medidas y dureza en las formas. De hecho, en esta parte de su intervención, Von der Leyen desplegó su cara más política y asertiva haciendo suya la doctrina de la paz democrática. Se reafirma así la apuesta por una Europa geopolítica sostenida sobre dos asunciones: la primera, que esta guerra tiene un carácter existencial para la UE; la segunda, que es una lucha entre el bien y el mal, entre la democracia y la no democracia, «es una guerra contra nuestro futuro, se trata de la autocracia contra la democracia». En ese momento, probablemente, se olvidó de los acuerdos que Bruselas está firmando con distintos países que no se distinguen, precisamente, por sus rasgos democráticos. Quizás habría que recordarle el firmado con Azerbaiyán, país que justo en estas horas ha lanzado un ataque contra Armenia.

Y si durante su apartado dedicado a la guerra la asertividad fue la tónica, no lo fue tanto cuando se abordó la cuestión del Estado de derecho, tema del que intentó pasar de puntillas con alguna frase grandilocuente como poner en marcha «un pacto para la defensa de las democracias», pero sin contenido real. Por suerte, el Parlamento Europeo ha respondido de manera rápida y contundente a la tibieza de Von der Leyen en esta cuestión. Lo lleva haciendo ya muchos meses, incluso interponiendo un recurso por inacción a la Comisión en su conjunto en relación con países como Polonia y Hungría.

En esta ocasión, la respuesta a las evasivas de la Comisión no ha podido ser más atronadora. Durante el pleno de Estrasburgo se aprobó una moción por la que el Parlamento dejaba claro su parecer en relación con Hungría, al manifestar que este país ya no puede ser considerado una democracia, sino una autocracia electoral. De este modo, se presiona al Consejo para tomar las medidas oportunas contra Hungría, algo que no puede ser otra cosa que la aplicación del artículo 7. Quizás ahora, en el contexto del enfriamiento de las relaciones entre Polonia y Hungría, este procedimiento pueda salir adelante.

El curso político de la Unión comienza abordando cuestiones geopolíticas que todos tenemos en la cabeza y que incluyen la cohesión frente a Rusia o la cuestión energética, pero que dejan en segundo plano otras como el Pacto Verde europeo o la reforma del asilo. Y abordando con mucha menos asertividad otras, sin las que el proyecto europeo carece de sentido, tales como la construcción de una Europa social o el reforzamiento del Estado de derecho.

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