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Juan José Millás

Parezco tonto

Hay gente que, no importa dónde esté, parece que es de otro sitio. Un hermano de mi padre pertenecía a esta categoría. Sabíamos que era de Valencia, pero no parecía de allí, aunque tampoco habríamos sabido decir de dónde. Eso le daba un encanto especial porque en mi infancia a lo más que se podía aspirar era a ser extranjero. Entonces no había muchos, pero los teníamos localizados para seguirlos allá donde fueran e imitar sus gestos, sus maneras, incluso su lengua. De niños, inventábamos lenguas. Yo he mantenido conversaciones de horas en lenguas desconocidas incluso para mí.

-Bu tor car espetros matañas -le decía muy serio a mi amigo íntimo.

A lo que él respondía:

-Prer prasi ognívolas corripas.

Entonces no había psicólogos, o no estaban al alcance de nuestras posibilidades, por lo que mi madre, que había escuchado atónita varias de estas conversaciones, me llevó al médico de cabecera. El médico de cabecera era un señor que vivía en el barrio y al que pagábamos una iguala: una especie de seguro médico cutre para casos de emergencia.

El hombre me tocó los ganglios y me auscultó. Luego me preguntó muy serio:

-¿Pora riba vísola?

A lo que respondí dándome importancia delante de mi madre:

-Fotes cárrula.

El médico dijo que no me pasaba nada, excepto que tenía vocación de extranjero.

-¡Pero si es de aquí! -exclamó mi madre.

-Si fuera de otro sitio, mostraría las mismas tendencias. Es una cuestión de carácter.

De todos modos, me recetó unas vitaminas que no llegamos a comprar porque eran muy caras. Al salir de la farmacia, mi madre se detuvo, me miró a los ojos y me dijo si podía explicarle esa manía de no ser de donde era. Le dije que no, que no podía explicársela.

-Pareces tonto -concluyó.

Y llevaba razón: parecía tonto. Todavía lo parezco porque sigo queriendo estar siempre en otro sitio, menos en el que estoy.

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