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ANÁLISIS

Qué nos ha enseñado la erupción de La Palma un año después

El lunes se cumple un año del comienzo de la última erupción volcánica en España, un fenómeno que fue portada nacional e internacional desde el 19 de septiembre de 2021, cuando el volcán de La Palma comenzó a expulsar lava hacia el exterior, hasta varios meses después. La erupción supuso un reto de pronóstico y de gestión para científicos y autoridades. El balance de lo que hemos aprendido es positivo a nivel científico, pero la realidad es que todavía queda mucho por hacer.

La erupción de La Palma de 2021 creó un imponente volcán de cerca de 200 metros de altura y todavía sin nombre oficial. Un año después, se sigue registrando algo de sismicidad, emisión de diversos gases volcánicos como SO2, CO2 o H2S en el cono y, lo más preocupante, emisión de CO2 en las zonas evacuadas de La Bombilla y Puerto Naos.

El lento enfriamiento del magma, tanto en profundidad como bajo el cono, es, probablemente, el origen de todos estos fenómenos. Apenas se localizan 10 pequeños terremotos al día, muy por debajo de lo observado durante la erupción, pero por encima de la sismicidad de fondo de la isla que era de apenas 20 terremotos anuales. No hay que olvidar que este proceso poseruptivo podría durar años hasta volver a niveles previos a la erupción. Un año después, tampoco se puede descartar la aparición de una reactivación volcánica, aunque la probabilidad es baja. A día de hoy, no se ha registrado tal reactivación y, si ocurriera, sería muy clara, como así lo fueron las seis que sucedieron tras la erupción del Tagoro en El Hierro entre 2012 y 2014.

Pasados 12 meses del comienzo de esta erupción es posible hacer un balance. Lo primero que hay que decir es que la gestión de una crisis así es compleja a nivel científico. A pesar de que las erupciones avisan con tiempo, los indicios que dan no son lo bastante claros para responder con precisión a las principales preguntas que la población hace a los científicos: ¿cuándo y cómo va a ser esa erupción? En Canarias, las erupciones suelen ser monogenéticas, es decir, generan un volcán que no vuelve a entrar en erupción nunca. Las zonas donde pueden ocurrir estas erupciones en Canarias son extensas y, por ejemplo, en La Palma suponen la mitad sur conocida como Cumbre Vieja. Esto pone sobre la mesa una tercera pregunta: ¿dónde va a ocurrir la erupción?

Por desgracia, la vulcanología no es, ni de lejos, tan precisa como otras ciencias de pronóstico como la meteorología. Ellos tienen numerosos datos de los fenómenos que pronosticar y a partir de modelos matemáticos obtienen sus predicciones con varios días de adelanto. Y aun así no siempre tienen éxito en sus pronósticos.

Antes de 2021 solo existían datos instrumentales de vigilancia de una única erupción en Canarias. Ciertamente, hay muchas observaciones de precursores de numerosas erupciones en el mundo, pero cada volcán tiene sus particularidades. Incluso volcanes con varias erupciones al año y con un sistema de vigilancia muy completo como el Etna, en Italia, arrojan pocos casos de éxito en la predicción del cuándo y cómo va a ser cada erupción. Y eso que el dónde no supone un problema en ese caso ya que se trata de un volcán poligenético con repetidas erupciones a lo largo del tiempo.

Hoy se entiende mejor lo que sucedió en La Palma desde aquel 11 de septiembre de 2021, cuando los primeros indicios preeruptivos aparecieron en forma de unos pocos terremotos. Esa semana previa a la erupción se detectaron intensos enjambres sísmicos y una deformación de hasta 30 centímetros que indicaban el ascenso de magma. A pesar de ello, determinar con precisión el momento de inicio fue complicado debido a la incertidumbre y velocidad de estos procesos.

También es posible especular con el origen de los primeros enjambres sísmicos detectados desde 2017, así como con otros datos geoquímicos y de deformación recogidos durante la última década en la isla. Ya están apareciendo diferentes artículos científicos (por ejemplo, usando medidas de helio, publicados por IGN o Involcan) donde se intenta determinar las señales más tempranas de esta erupción y seguro que seguirán publicándose estudios similares durante los próximos años.

Obviamente, a posteriori es más sencillo pronosticar un fenómeno que ya ha acontecido. Usemos el siguiente símil: imaginemos los precursores volcánicos como los síntomas de una enfermedad. Al principio, nos empezamos a encontrar mal, empezamos a toser y, pasados algunos días, tenemos fiebre y congestión. Finalmente, nos hacemos un test de covid con resultando positivo. En ese momento asociamos el inicio de la enfermedad con los primeros síntomas, aunque en aquel primer momento era imposible saber lo que nos afectaba.

Por desgracia, los vulcanólogos no disponen de un test de inicio de erupción, los modelos todavía no son capaces de dar respuesta precisa a las preguntas cuándo/dónde/cómo y los precursores son difíciles de interpretar. Por tanto, todavía queda mucho por estudiar.

A modo de aprendizaje cabe decir que, de entrada, resultan curiosos los términos técnicos que antes eran totalmente ajenos a la mayoría de los ciudadanos y aún hoy siguen estando en boca de todos: tremor volcánico, piroclastos, nube de ceniza, delta lávico o tubo de lava.

Aparte de esto, como sociedad, nos hemos dado de bruces con la realidad volcánica que existe en Canarias. Aunque ha habido erupciones bastante destructivas en el pasado de las islas, la de 2021 se puede considerar la erupción más catastrófica en la historia de España y esto se debe, simplemente, al hecho de que nuestra vulnerabilidad ha aumentado y no así la peligrosidad inherente a las erupciones. Hoy en día estamos más expuestos a los peligros volcánicos debido al incremento de la población y de las infraestructuras.

Además, las erupciones recientes (Tagoro 2011, Teneguía 1971 o San Juan 1949) apenas causaron daños porque, por ejemplo, no se encontraron casi viviendas a su paso y, por otro lado, las erupciones más destructivas quedan demasiado lejos en el recuerdo (Garachico 1706 o Timanfaya 1730-1736).

Otro aspecto a tener en cuenta es el aumento en la valoración de la ciencia, algo que también se ha observado durante los últimos tiempos como respuesta a los retos de la sociedad. Aunque la ciencia no tenga todas las respuestas, hay que confiar en ella para mitigar los distintos riesgos a los que nos exponemos.

Finalmente, la erupción de La Palma está proporcionando numerosos avances científicos. Esta erupción, la segunda monitorizada instrumentalmente en Canarias, ha demostrado tanto la gran velocidad que pueden tener los precursores volcánicos, como la importancia de los sistemas automáticos de análisis o la dificultad de dar pronósticos en el transcurso de la propia erupción.

Durante los próximos años se analizará la ingente cantidad de datos existentes para tratar de dar una mejor respuesta durante el siguiente proceso volcánico. Porque, no nos engañemos, es inevitable que algún día se produzca una nueva erupción en Canarias, aunque es imposible saber si en pocos años o en décadas y, por tanto, debemos estar preparados lo mejor posible para ella.

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