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Joaquín Rábago

¿Periodismo o activismo?

¿Es periodismo o, por el contrario, activismo lo que practican diariamente la mayoría de los enviados especiales de los grandes medios, en su mayoría estadounidenses y británicos, que cubren la guerra de Ucrania?

Dos veteranos del oficio, ambos excorresponsales de guerra, el estadounidense Chris Hedges, ganador de un premio Pulitzer, y el británico Patrick Lawrence (más conocido como Patrick L. Smith), lo tienen claro: es sobre todo activismo (1).

Según el periodista y escritor británico, los grandes medios de Occidente están contribuyendo como las armas a prolongar el conflicto al informar de cosas de las que sus enviados no han sido testigos directos, que no han contrastado y proceden solo de fuentes oficiales ucranianas.

Los periodistas como cualquier ser humano tiene derecho a mantener opiniones políticas, pero la cuestión es «qué hace con ellas», explica Lawrence, según el cual si bien el periodista es parte de la sociedad, «tiene en ella una responsabilidad especial», que no puede ser otra que servir a la verdad.

Muchos de los periodistas que cubren conflictos, y la guerra de Ucrania no es por desgracia una excepción, se dedican a «alimentar el relato dominante» y muchas veces no lo hacen por ideología, sino porque creen que es bueno para sus carreras.

Y ocurre en muchos casos que «se convierten en activistas sin siquiera darse cuenta», explica Lawrence.

Ambos profesionales, que han trabajado para las principales publicaciones de EEUU, desde The New York Times, el Herald Tribune, The New Yorker o The Nation, consideran que paralelamente a la guerra en el frente de batalla se está librando otra tanto o más importante como es la de la información.

Y con ellos está también de acuerdo el más conocido de los corresponsales australianos, John Pilger, que recomienda una actitud de fuerte escepticismo frente a todo lo que cuentan los medios sobre «la guerra de Putin».

La aquiescencia del público es esencial en una democracia y está en proporción directa a la ferocidad del conflicto, explica Lawrence: Hay que «masajear» las mentes de los ciudadanos para que asuman los enormes sacrificios que se requieren de ellos.

Los problemas de fiabilidad de las informaciones relacionadas con un conflicto bélico no son nuevos: en la guerra de Irak, por ejemplo, se produjo el fenómeno de los periodistas empotrados en las filas del Ejército estadounidense.

El periodista no podía ir adonde quisiera y solo veía lo que le dejaban ver quienes controlaban la información. Fue fatal, según coinciden Hedges y Lawrence, que los periodistas y los medios para los que trabajaban aceptaran tal componenda.

Algo parecido ocurre hoy en Ucrania, donde los enviados especiales que van al frente de batalla están todo el tiempo escoltados por militares ucranianos o, si se quedan en su hotel, se limitan a reproducir los mensajes que llegan de Kiev.

Cuando algún medio como la cadena de televisión estadounidense CBS osa informar de algo que no coincide con el relato oficial como que buena parte de las armas que envía Occidente a Ucrania acaban en el mercado negro, se ve obligada a rectificar y suaviza unos días después su propia información con el pretexto de «actualizarla».

Y cuando Amnistía Internacional acusa a Ucrania de poner en peligro la vida de su propia población civil al establecer bases en escuelas y hospitales y lanzar ataques desde zonas habitadas, el presidente ucraniano la acusa de propagar la propaganda del «Estado terrorista» ruso, y la ONG se ve obligada a rectificar y la responsable del polémico informe termina dimitiendo.

(1) En el programa The Chris Hedges Report

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