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Jorge Bethencourt

EL RECORTE

Jorge Bethencourt

Dos mundos

"En doce años que llevamos repartiendo alimento nunca hemos visto las cosas tan mal como ahora". Lo dijo esta semana Benjamín Barba, presidente de una ONG, en una entrevista con Miguel Ángel Rodríguez. Lo cuentan también todos aquellos que están haciendo frente al peor tsunami de pobreza que ha vivido Canarias. Hay menos recursos y más necesidades que nunca.

Las aportaciones del programa de distribución de alimentos han caído casi a la mitad y el Banco de Alimentos de Canarias no puede atender el aluvión de peticiones de familias que han aterrizado de bruces en la pobreza. Las donaciones de las empresas se han desplomado. Y las de los particulares también, porque muchas de las personas que colaboraban –familias modestas– ya no pueden hacerlo. Necesitan ocuparse de sus propias familias.

Ese mundo coexiste con instituciones públicas que compran iphones y tablets de última generación para políticos. Coches, sillones de piel, nuevas oficinas, mobiliario, viajes en jet… Los fastos de un régimen de la partitocracia, que permanece inmune al contagio de la realidad. Lo público sigue regando su floreciente ecosistema como si no pasara absolutamente nada. Si la recaudación de impuestos se ha disparado ¿no es la mejor noticia que puede haber para el negocio? ¿Qué más da que estemos en una sociedad en bancarrota?

Un año más nos están anunciando una lluvia de millones que caerá sobre Canarias. Pero cada día amanece sin rocío sobre las esperanzas de los desdichados. Alfonso Escalero, de I Love the World, habla de La Palma entre la indignación y el estupor cuando le preguntan cómo están hoy las cosas un año después. "¿Como están? Pues peor. Hay gente que lo está pasando fatal y esos millones que dicen que han llegado no se ven por ningún sitio". Lo dice él y te lo dicen los palmeros cabreados que siguen esperando por ayudas que nunca llegan y promesas que jamás se cumplen.

Cada día hay una procesión sin vírgenes ni santos. Gente que navega por los ríos de asfalto de nuestros cementerios urbanos para terminar atracando en los puertos de la pobreza, donde encontrarán una mano tendida, una bolsa de comida y unas palabras de ánimo. Hay una sociedad que muere y otra sociedad que bosteza. Pero algunos deberían aprender de la sabia naturaleza que los parásitos también fallecen cuando muere el huésped.

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