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observatorio

La presión de Rusia

Hay una concepción errónea acerca de la crisis energética que vive Europa. No habrá un problema de suministro en Europa este invierno. Incluso Alemania (el país más dependiente del gas ruso) muestra un nivel de reservas superior a los últimos diez años. Cuestión distinta, claro, es el precio a pagar. Por eso nuestros políticos no dudan en ser apologistas del desastre energético. Winter is coming (literalmente). Y será realmente caro. De ahí los mensajes dirigidos a deprimir la demanda de energía, que daría un respiro a la subida del precio.

Antes del comienzo del conflicto en Ucrania, las relaciones ente Europa y Rusia eran (comercialmente) fluidas. De hecho, la segunda fase del proyecto Nord Stream, destinado a duplicar el transporte de gas ruso hacia Alemania, se completó el pasado año. Pero el Gobierno alemán encabezado por el canciller Scholz ha denegado su puesta en marcha como consecuencia de la invasión de Ucrania y las sanciones impuestas a Rusia. Incluso al principio de la guerra existía una suerte de entente cordiale para que el suministro de energía estuviese fuera, en principio, de la ecuación. Todos ganaban, por supuesto. El funcionamiento de los contratos de energía era una fuente de financiación para Rusia y los países europeos no veían acrecentados sus costes energéticos. Era muy inocente pensar que ese acuerdo iba a continuar mientras crecía la presión sobre Rusia. Especialmente, en una Europa que ha mostrado de forma inequívoca el apoyo a Ucrania ante la agresión del país vecino.

A Putin esta forma de protesta, incluidas sanciones, le importaba poco. ¿Pensaba alguien, de verdad, que el momento decidido para la invasión de Ucrania era aleatorio? ¿Que no existía una planificación detallada y un análisis de las consecuencias –internas y externas– de abrir un conflicto en Ucrania? Los cortes logísticos en los suministros y la falta de inversión en las infraestructuras energéticas por la pandemia ya habían hecho su efecto sobre la inflación (son enternecedores los esfuerzos del Gobierno en vincular los efectos del conflicto sobre la inflación, como si no hubiera habido un crecimiento fiscal y de la tasa de inflación por encima del 8% en 2021). Putin sabía de la dependencia europea de su gas y la falta de alternativas en el corto plazo. Un corte (o una suspensión del gas ruso) era una garantía de que la inflación no daría tregua. Y Putin ya ha pasado de las palabras a los hechos.

Lo que ha provocado un verdadero riesgo sistémico para Europa. Las compañías energéticas se financian básicamente en los mercados de capitales. La subida de precios puede beneficiarles (mayores ingresos) pero también les somete a la obligación de prestar más garantías por los futuros sobre los precios de generación de energía (resumiendo, la apuesta de hacia dónde irán los precios). Las compañías energéticas juegan un papel crítico en nuestra economía. No pueden estar sometidas a riesgos financieros, pero ni siquiera el gran problema está ahí. La verdadera preocupación que debiéramos tener es quién es la contraparte en esos contratos: la banca europea. Debemos entender que la crisis energética es, potencialmente, capaz de generar una crisis bancaria en Europa. Una herramienta para Rusia, que es consciente de que, más allá de pedir esfuerzos a sus ciudadanos, la capacidad de los gobiernos europeos para reducir el coste de la energía se ha probado nula.

«Ellos mismos han creado el problema y ahora no saben qué hacer. Se han arrinconado en un atolladero sancionador». Eso ha dicho Putin refiriéndose a una Unión Europea cada vez más presionada y negando que use el gasoducto como un arma. Tampoco es casual. ¿Por qué ahogar a Europa mientras aumentan al mismo tiempo los costes internos para la propia Rusia? Porque de las tres potencias externas involucradas en el conflicto (Estados Unidos, China y la UE), Europa es quien más daño hace con sus sanciones a Rusia. Era el principal mercado de los productos rusos y los gasoductos no permiten redirigir su consumo hacia otros mercados (principalmente, Asia). Y construir nuevas infraestructuras lleva tiempo.

Putin sabe además de una debilidad de los gobiernos occidentales: son democracias. Eso quiere decir que sus gobiernos deben rendir cuentas frente a los ciudadanos. Incluso a coste de perder el poder en las siguientes elecciones. Un duro invierno para los ciudadanos europeos, una cesta de la compra que no deja de encarecerse. Una más que próxima recesión. Todo ellos son elementos para que la opinión pública europea empiece a preocuparse menos de lo que pasa en Ucrania y más en encontrar una solución. Al fin y al cabo, ni la integridad territorial de Ucrania ni su calidad democrática han sido una preocupación real en París, Roma o Madrid. Ganancia futura para Putin de cara a negociar un final con el que convencer a los suyos

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