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Alejandro de Bernardo

Curva a la izquierda

Alejandro de Bernardo

Parar el tiempo

Este verano algo cambió. O eso creo. Podría asegurarlo. No sé. Mar de dudas. De arena. De cristal. Mar de sensaciones. De recuerdos. De amigas. De amigos. De añoranzas. De revividos. Tal vez aprendiendo otra manera de vivir. Tal vez sea cursi, repetitivo. Lo dice tanta gente: «escucha tu corazón». El reloj más díscolo del mundo. El que nos dirige a su antojo. El que tiene ojos y no ve. Si no fuera tan caprichoso, tan enamoradizo, tan perezoso a veces. Tan tierno, tan duro, tan esponjoso, tan delicado, tan achuchable… Si no fuera nada de eso… estaríamos muertos.

Esta tarde de calor contenido acabo de ponerle pilas al reloj de la cocina. Me gusta especialmente porque tiene una aguja larga y meticulosa que va marcando los segundos. Es como si girase sin detenerse en cada uno, pero lo hace. Solo es una deficiente apreciación de mis ojos. A lo mejor ya tengo que cambiar las lentillas progresivas. Maravilloso invento. Sea como sea, me da la sensación de que van más rápido de lo normal. Los segundos, digo. El segundero de un reloj hiperpuntual.

Cierro los ojos para ver si consigo dormir a ritmo de siesta, pero no puedo. Que dura es la lucha contra un reloj con prisa. Como luchar contra un sueño al que no te puedes entregar. Mientras más trato de no centrar mi atención en él, más seguro estoy de que el tiempo ha cogido un ritmo distinto al mío. Está esprintando. Así que me pongo a pensar cuándo fue la última vez que noté lo contrario. La última vez que sentí la lentitud de los segundos que no pasan. La última vez en la que los instantes fueron declarados en peligro de extinción. Esa última vez en la que las horas se detuvieron… Pero no soy capaz. Por alguna razón extraña o conocida mi tiempo tiene prisa y no soy capaz de calmarlo.

Qué curiosa es la sensación de intentar controlar la impresión del tiempo. Para adelante o para atrás. Hay algunas personas que lo combaten de inmediato y otras que lo navegan naturalmente. Y aunque la pandemia nos ha llevado a reflexionar sobre su valor -y a algunos a cambiar radicalmente de vida- todavía sigo transitando entre el ritmo en el que estaba y el ritmo en el que estoy. Pues adaptarse a los cambios lleva tiempo, un tiempo propio que nada tiene que ver con los minutos y las horas, y que nos enseña que hay que aprender a esperarlo sin contarlo.

A veces rápido y a veces lento. Cuando contaba los segundos en la cama pensaba en la magia de hacer que el tiempo nos esperara. Qué bonito sería no tener que estar a su merced. Poder congelarlo juntando los dedos cuando nos damos cuenta de que no lo estamos sintiendo como deberíamos. Cuando sabemos que, aunque no queramos, vivimos o en un tiempo pasado o en un tiempo futuro, pero no en este presente complejo que no podemos evitar...

Sintamos ese tiempo real en el que vivir adquiere su mayor rango: buscar la felicidad. Vamos a vivirlo. De contarlo… tiempo habrá.

Feliz domingo.

adebernar@yahoo.es

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