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ANÁLISIS

Otro hecho histórico

Falleció el jueves pasado Isabel II, Reina de Inglaterra, a los 96 años. Los rumores comenzaron a circular alrededor del mediodía, pero la cuenta de Twitter de la familia real británica lo confirmó sobre las seis y media de la tarde. Se alegraron en Irlanda, en varios países africanos y en Palestina. Lo puedo entender. A mí me resulta indiferente porque no creo ni en las reinas ni en los reyes. No sé si esta afirmación es radical, creo que no. La monarquía existe como existen los mosquitos o las moscas de la fruta, se me suele olvidar hasta que me lo recuerdan con un escándalo a modo de zumbido cerca del oído. Se suspendieron las huelgas, la Premier League y las tres últimas etapas del tour de Gran Bretaña. El trabajo no porque la rueda no deja de girar jamás, muera quien muera. En algunos lugares, como las emisoras de radio, se trabaja incluso más de lo normal cuando se dan este tipo de hechos. ¿Trabajan los monarcas? Tengo serias dudas. Leí a James Rhodes afirmar en Twitter que «No importa mucho si eres monárquico o no. Es la reina». Añadió un emoji de una carita con lágrimas en los ojos. Me hizo mucha gracia ese tuit, espero no ofender a nadie que lea estas líneas al reconocer esto. Uno de los males que padecen las personas de este siglo es el de reaccionar ante todo casi sin pensar, con las puntas de los dedos deslizándose rápidamente por la pantalla del móvil que llevamos pegado a la palma de la mano. Esto me gusta, like. Esto me disgusta, responder. Si le hubiese dado media vuelta a su idea no la habría compartido, porque el meollo del asunto reside precisamente en ser monárquico o no. De todas formas, qué sabré yo. Solo soy una chica. A James Rhodes le concedieron la nacionalidad española por sus méritos artísticos y por su compromiso frente al maltrato y la violencia contra los niños. ¿Saben que hoy se siguen recogiendo firmas para la iniciativa Esenciales con la que se busca regularizar la situación administrativa de los más de 500.000 inmigrantes que residen en nuestro país? Llevan lustros esperando con todos sus papeles en regla, pero supongo que no tienen méritos artísticos. Siempre hubo dos tipos de persona: los de arriba y los de abajo. Uno de mis defectos es que nunca se me olvida.

En Madrid se decretaron tres días de luto oficial por la muerte de la reina. En Andalucía, uno. En Canarias, Víctor Ángel Torres informó a sus seguidores de que ya había trasladado a la Embajada británica su pésame. «Canarias y el Reino Unido mantienen lazos estrechos desde hace siglos», escribió. Yo pensé al momento en julio de 1797 y en el brazo del almirante Horacio Nelson, de la Marina británica. Ese brazo saltó por los aires cuando los ingleses comenzaron a desembarcar de sus botes en Tenerife y las milicias canarias les mandaron un cañonazo que les quitó las ganas de seguir avanzando y que casi los voló de vuelta a su país. Quizá por esto había tantos interesados en convertir Geografía e Historia de Canarias en una optativa en vez de dejarla como asignatura obligatoria. Un pueblo que desconoce su historia es un pueblo que hinca la rodilla fácilmente y que está dispuesto a cambiar los carteles de los supermercados para incluir lenguas extranjeras, como el inglés y el alemán, no vayan los turistas a perderse en la sección de lácteos. Dos siglos después los recibimos casi doblados por la mitad a la espera de una limosnilla. Y gracias.

La muerte tiene algo que pone a todo el mundo en su sitio, aunque sea durante unos minutos. Nos cuestionamos qué hemos hecho con los años que hemos vivido y si tenemos alguna cuenta pendiente con alguien, sopesamos algunas cosas que haríamos de otra forma si pudiésemos volver atrás, recordamos a algún amor o amistad que perdimos. En las horas que pasé ayer por la tarde leyendo pésames rarísimos acompañados de selfis o links a The Queen Is Dead de The Smiths, llegué a la conclusión de que pase lo que pase, nunca seré esa persona que escribió «Bienvenido de vuelta a su país, don Juan Carlos» en respuesta a una noticia de cuando el emérito volvió a España tras pasar unos años expatriado en Abu Dabi. Tengo la impresión de que ansiamos formar parte de todo lo que sucede en el mundo, aunque apenas nos toque, aunque no vaya a afectarnos para nada. Señalarnos el pecho, decir: «Yo viví esto». Otro hecho histórico. Ya van muchos.

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