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Economía de guerra

A menudo, cuando tenemos un dolor acudimos al médico, el cual, una vez observados los síntomas, nos receta un medicamento paliativo y según se quede satisfecho o no, en función de su profesionalidad, nos manda a hacer algunas pruebas complementarias para tratar de averiguar lo que ocasionó ese dolor y tratar de curarlo para que no ocurra más.

Saben perfectamente que una cosa son los síntomas y otra sus causas.

En economía pasa algo similar y, aunque disfrutes de una saneada cuenta corriente y sonrías cada día al hacer la caja, alguien debe prevenirte si hay nubes en el horizonte, pues el brillo de la moneda a veces nos ciega.

Eso no quiere decir que seamos agoreros. Como dice un buen amigo empresario, a los abogados, economistas, asesores, consultores o ingenieros se les escucha, pero al final la última palabra la tiene el empresario, que es quien asume el riesgo de sus proyectos y es responsable ante sus acreedores, financieros o no.

Lo que si es cierto es que el Banco Central Europeo ha sacado toda su artillería y está subiendo los tipos de interés para parar la inflación que, desbocada, se acerca al 10% de manera coyuntural.

No podemos olvidar que esta inflación tiene su origen en la oferta. O sea, en el incremento de precios en origen de alimentos, petróleo, gas y demás productos, así como el del transporte, afectada por el combustible, pero también por el acaparamiento del mercado de extremo oriente.

A esta inflación, llamémosla primigenia, se le ha incorporado la del consumo y ésta, y solo ésta, es la que parará las medidas del BCE.

La escasez y el incremento de costes en origen seguirá vigente si esos países siguen afectados por la guerra entre Rusia y Ucrania, o siguen acaparando los mercados de materia primas, o funcionando como lobby global, para aprovechar la situación y enriquecerse bajando la producción de manera artificial, como ha pasado en el petróleo.

O si las soluciones diplomáticas siguen esperando el momento oportuno.

Entonces, nos veremos de cara con la realidad y le pediremos al Estado, con un presupuesto de 240.000 millones de euros (déficit aparte), con un compromiso mayoritario para pagar nóminas, que le subvencione el exceso de costes o mejore la renta familiar para poder pagar, agua, luz, gasolina o productos básicos, que dan como resultado un producto interior bruto de 1,5 billones de euros.

En ese momento, recordaremos que solo las decisiones que tomemos dentro de las empresas o las familias nos prepararán para salir de la situación sobrevenida en función de cómo administremos los éxitos pasados.

No caben errores. Acertar en las políticas económicas y de empleo es lo que se espera.

También podemos usar la táctica del avestruz y esconder la cabeza bajo el suelo, pero no se lo recomiendo, ni tomando puñados de tranquimazin.

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