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Wladimiro Rodríguez Brito

Los campesinos y los tunos

Hemos creado un lenguaje sobre derechos pero sin obligaciones que devalúan el valor de las cosas, el trabajo, la solidaridad, el compromiso político y el valor y el precio de las cosas. En muchos casos, se confunden los términos «valor» y «precio» y la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, lo asocia al coste de los alimentos y la inflación.

Nos enumeran los precios de los productos básicos en los estómagos de los ciudadanos con peores rentas urbanas, que son los más afectados, y propone fijar los costes de los alimentos mirando para los distribuidores, olvidándose de los agricultores y ganaderos que producen los mismos, ya que estos son menos personas y, además, sus votos no suelen tener mucha sintonía con la señora Díaz.

Nos quejamos de que se sube el precio del pan, la leche, las papas y las hortalizas y la única solución que plantean es bajar los precios en los supermercados y establecer una subida salarial que cubra la inflación. Es decir, comida barata por Decreto para favorecer que no se incremente el coste de la vida en la población urbana.

¿Y qué ocurre con el mundo rural? En la España vaciada la población sigue huyendo del campo porque no les pagan el coste de producción de los alimentos. Asistimos al abandono del campo, al empobrecimiento rural y a los sacrificios de vacuno porque no se cubren los costes para su mantenimiento. Y, además, no hay relevo generacional para el campo y falta gestión en el plano ganadero y ambiental.

La propuesta supuestamente progresista es fijar los precios, pero se olvidan de la crisis que sufre el campo sin tener en cuenta el coste de los fertilizantes y los combustibles, la sequía y los precios anzuelo de muchos alimentos. Ahora hay alegatos de kilómetro cero, huella de carbono y economía circular, pero traemos a Canarias kiwis de Nueva Zelanda y manzanas de Chile y no somos capaces de recoger los tunos que tenemos en la puerta de nuestras casas. Le pagan 0,40 euros el kilo de papas a nuestra gente y la ministra quiere bajar los precios. ¿Es eso razonable?

Esta crisis nos obliga a mirar al territorio y a los recursos de otra forma. Hay que hablar del trabajo, del medioambiente y de un modelo de vida más solvente en el plano ambiental y social con respecto al trabajo y al esfuerzo. Hay que huir de la cultura del pelotazo y de las ocurrencias de la actual coyuntura electoral y de los discursos que, supuestamente, quieren escuchar los feligreses, de alimentos baratos, de inaugurar obras sin interés social, de pagar por trabajos poco útiles o de la famosa paguita por no hacer nada.

El futuro de nuestro pueblo demanda el tomarnos en serio las obras básicas –tratamiento de las aguas, infraestructuras para el sector primario–, y la necesidad de tener una economía más diversificada y con un exquisito cuidado de los temas sociales porque, evidentemente, hay que ayudar a los más necesitados y tratar de forma adecuada a nuestros mayores. El agro tiene que ser tratado de forma adecuada, priorizando las medidas necesarias para la producción de alimentos y su justa remuneración y evitando favorecer un mundo de guetos y de campesinos marginales frente a una sociedad urbana de fiestas y derroche.

Los últimos acontecimientos del planeta nos obligan a hacer una lectura más comprometida entre lo que decimos y lo que hacemos. Los alimentos baratos que propone la ministra no son posibles, ya que su producción requiere esfuerzo de nuestros agricultores y ganaderos, que tienen que vivir dignamente. Hablamos de personas con jornadas de trabajo intensas, sin vacaciones en muchos casos y con pobres pensiones –el que la tiene– para el futuro.

El supuesto campo progresista requiere de una sociedad que valore y trate con el máximo respeto a los que cuidan nuestros campos, a los pastores, agricultores y ganaderos. No es justo ni defendible que la crisis la paguen los que han sido peor tratados en las últimas décadas, a los que les pagan la leche a 0,45 euros el litro, 0,40 el kilo de papas o 0,70 el kilo de trigo. No se pueden congelar los precios mientras las ciudades siguen bloqueadas con coches, casas caras, móviles de última generación y consumismo.

Hemos de cuidar y mimar el trabajo y el esfuerzo tanto en la ciudad como en el campo. Tenemos numerosas tuneras cargadas de fruta que no son recogidas por nadie, mientras los bancos de alimentos siguen demandando ayudas. Hagamos una sociedad más solidaria y comprometida y fomentemos que nuestros jóvenes no estén de pie esperando a que mamá y papá se agachen a coger los tunos o les llegue una paguita porque eso es sembrar miseria para el futuro. Como decía Confucio, no hay que regalar pescado sino enseñar a pescar. Y eso hace falta ahora más que nunca en Canarias.

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