eldia.es

eldia.es

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

OBSERVATORIO

El hidrógeno que viene

En el verano de 1983, al comienzo de mi tesis doctoral, realicé una estancia en la EPFL, École Polytechnique Fédérale de Lausanne, preciosa y carísima ciudad suiza situada a orillas del lago Lemon. El objetivo era estudiar la generación de hidrógeno de manera ecológica, lo que hoy se llama «hidrógeno verde» para diferenciarlo del gris, obtenido a partir de los combustibles fósiles

Según comprobaba mediante cromatografía de gases, yo obtenía hidrógeno (H2) en un reactor de vidrio muy simple, a partir de agua y radiación ultravioleta que era captada por el dióxido de titanio, TiO2, el ubicuo pigmento blanco de las pinturas de las paredes, maquillajes y cremas de protección solar. Este hidrógeno era el combustible ideal porque liberaba energía al combinarse con el oxígeno del aire para volver a formar agua sin contaminar (el único residuo que genera es agua), era 100 % renovable (se obtiene a partir de energía solar y agua), se podía comprimir y almacenar y era fácilmente transportable. Por todo ello, entonces (en 1983) se decía que en un plazo máximo de 20 años todos los coches lo usarían como combustible.

A pesar de ello, han pasado casi 40 años y esa predicción no se ha cumplido. Hay varios motivos y el primero es de índole económica: la escalada de precios del petróleo de finales de los setenta se detuvo, por lo que resultó más barato seguir usando petróleo en lugar de desarrollar la tecnología necesaria para emplear una nueva fuente de energía. También hubo problemas científico-técnicos relacionados con la obtención del hidrógeno. El primero, que yo tuve ocasión de observar durante mi estancia en la EPFL, era que no se desprendía oxígeno (O2) durante el proceso de fotólisis del agua. Aunque este gas, uno de los componentes mayoritarios del aire, no era un producto buscado, la reacción de descomposición del agua H2O = H2 + O2, no estaba completa sin el mismo. Otro problema técnico era el del almacenamiento: el gas H2 es muy ligero (es el segundo más ligero tras el helio) y se puede comprimir y almacenar por tiempo indefinido en tanques a alta presión, pero es extraordinariamente inflamable, por lo que su transporte entraña grandes riesgos. Uno de los incendios más terribles de este gas fue el sufrido por el globo dirigible de fabricación alemana Hindenburg. El impacto de este accidente, que tuvo lugar en New Jersey en 1937 y en el que fallecieron 37 personas, fue tal que puso fin a este tipo de transporte aéreo, a pesar de haber realizado varios vuelos transoceánicos de manera exitosa.

Por otro lado, hay que tener en cuenta que el hidrógeno no es una fuente de energía, sino una forma de almacenamiento de esta. Por ello, además de sintetizar hidrógeno, es necesario diseñar dispositivos para obtener energía a partir del mismo de forma controlada, por ejemplo, en una célula de combustible, en la cual se recombina el hidrógeno y el oxígeno para formar de nuevo agua y obtener energía eléctrica, como en una pila.

Todas estas dificultades no quieren decir que la economía del hidrógeno sea una utopía inalcanzable. La necesidad de disminuir las emisiones de CO2 ha estimulado la investigación y se han ido solucionando los problemas anteriormente mencionados y otros planteados a lo largo de estos 40 años. Pero el enorme incremento de las demandas energéticas de la población mundial hace que la economía del hidrógeno no sea suficiente, por lo que tiene que ser complementada con otras fuentes de energía.

La energía no escapa a la dependencia de la ciencia que tenemos en nuestra sociedad, por lo que es imprescindible que ciudadanos y responsables políticos tengan una formación científica básica para seguir dedicando fondos a la investigación de manera inteligente. Además, hay algo que todos debemos hacer sin demora: racionalizar nuestro consumo de energía, un bien precioso y escaso. En nuestros viajes hay que dejar de visitar los paraísos lejanos y redescubrir los paraísos cercanos, más baratos energéticamente; en nuestro día a día tenemos que subir los termostatos en verano y bajarlos en invierno, lo que nos hará adelgazar además de ahorrar energía y dinero. Y, por último, para mejorar nuestra salud y la del planeta Tierra, es imprescindible que empecemos a olvidarnos del coche, usemos bicicletas y transporte público y redescubramos el placer de caminar.

Compartir el artículo

stats