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Gerardo Pérez Sánchez

La eterna lucha entre el bien y el mal

| e.d.

Sylvester Stallone representa un caso singular dentro del grupo de musculados actores de acción que basaron sus carreras en la explotación de su físico. Pero, aunque cayó como tantos otros en el encasillamiento y el estereotipo de sus personajes, nadie más que él cuenta con tres nominaciones a los Oscar, dos de ellas como guionista e intérprete de la misma película. Sus dos papeles más icónicos se asocian a dos títulos nada despreciables como Rocky y Acorralado, pese a que el artificial alargamiento de sus respectivas sagas emborronó los logros inicialmente conseguidos. Sus desafortunados intentos de pasarse a la comedia (por ejemplo, en la insufrible ¡Alto! o mi madre dispara) y una machacona reiteración de proyectos terminaron por limitar una carrera, en principio, prometedora.

Ahora, a sus setenta y seis años, retorna a las pantallas con Samaritan, otro largometraje rodado antes de la pandemia cuya presentación se ha retrasado hasta la fecha y que se puede ver a través de la plataforma Amazon Prime. Se trata de una obra que navega entre el género de superhéroes y el de acción, aunque con algo más de mesura y tacto que los últimos estrenos llegados a las salas de proyección. Refleja la eterna lucha entre el bien y el mal, que tantas veces ha tratado el cómic adaptado al Séptimo Arte, si bien en este caso la narración resulta más pausada y con mayor dedicación a los personajes. No hay duda de que reitera tópicos y reutiliza fórmulas demasiado usadas, y que evidencia paralelismos con muestras como The Equalizer (El protector), protagonizada por Denzel Washington y Chloë Grace Moretz, diferenciándose únicamente por las licencias artísticas propias del universo de los superhéroes.

Un adolescente se halla obsesionado con la supervivencia de su ídolo preferido, Samaritan, aparentemente fallecido durante una lucha a muerte con su malvado hermano, Némesis. Comienza a sospechar que su solitario vecino pudiera ser quizás esa persona con superpoderes que terminase por defender el bien en un entorno cada vez más anclado en la delincuencia. Al principio, el hombre reniega de esas sospechas, pero muestra una fuerza y una inmunidad a las agresiones que tornan ineficaces sus reiterados intentos por pasar desapercibido. Al final, aunque no quiera, habrá de enfrentarse a una malvada banda que pretende sumir a la ciudad en el caos.

Samaritan aspira a colmar el ansia humana por la justicia instantánea, la que supone castigar severa y automáticamente el mal. La gente se mantiene ávida ante la perspectiva de que el bien triunfe y los perversos reciban su merecido, y Stallone insiste en interpretar a un tipo de hombre que quiere huir de su pasado, pero cuya realidad le arrastra a repetir precisamente esas prácticas que desea dejar atrás. En ese sentido, el film resulta muy simple y presenta una línea argumental previsible y mínimamente efectiva. Destinado a un público muy concreto de aficionados a los cómics y al cine de acción, al menos el metraje no supone un permanente despropósito que enlaza situaciones imposibles, como viene siendo habitual en las recientes producciones del mismo tenor. Su principal mérito estriba en la ausencia de grandes pretensiones e ínfulas insufribles. Al parecer, el director conoce tanto sus límites como los del material del que dispone, evitando así caer en el ridículo y consiguiendo un objetivo que le distingue de otros fallidos estrenos estivales.

Acompaña al protagonista el joven Javon Wanna Walton, visto en las series The Umbrella Academy, Euphoria o Utopía, y que debuta aquí en la gran pantalla. Da vida al villano el danés Pilou Asbæk, conocido por la televisiva Juego de tronos y que también ha intervenido en Uncharted, La gran muralla y la última versión de Ben Hur (2016). Completan el reparto Dascha Polanco (Joy) y Moises Arias (A dos metros de ti).

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