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Luis Ortega

Gentes y asuntos

Luis Ortega

Singularidades

En mis últimos años de bachillerato y primeros de oficio, con un diario de ocho páginas y una emisora sindical, me cansé de oír a los políticos del régimen, claro, criticar los defectos del turismo tanto en el plano económico como en el moral. Repasar la hemeroteca me ruboriza no sólo por los años transcurridos sino también por el pensamiento único y sin matices que, desde los ayuntamientos y el Cabildo, desde los casinos y las plazas, se transmitía entonces: como en el pasado, el presente y el futuro estaban en el plátano y, fuera de eso, las opiniones y las críticas eran irrelevantes. Entonces se apuntaban como lugares de recreo –«para personas de aquí no para turistas con sandalias», declaración literal de un cargo público cuyo nombre me guardo– una playa en cada banda; la espléndida de Puerto Naos, en Los Llanos de Aridane, y Los Cancajos en Breña Baja, en la inmediata cercanía de Santa Cruz de La Palma.

Sin mucho ruido y pese a la publicidad ramplona que aún dura, el buen servicio del Aeropuerto de Mazo –sobre todo tras la construcción de la nueva terminal– ha logrado un buen nivel de ocupación de las quince mil plazas hoteleras, pese a la activa competencia del alquiler vacacional que se ha disparado en Canarias y en el conjunto estatal.

La fidelidad de algunos mercados –el alemán a la cabeza– y el descubrimiento de la isla por los viajeros peninsulares convirtieron el sector servicios en el primer renglón económico, desplazando al plátano, tanto en rentas 115,75 por 111 millones de euros como en afiliaciones a la Seguridad Social, 3.615 que duplican los empleos agrícolas.

La erupción volcánica ha marcado un antes y un después. La prometida y obligada reconstrucción no sólo tiene que actuar en la Zona Cero –desde el desaparecido Paraíso hasta las vegas de Los Llanos y Tazacorte– sino también en el recorrido de las coladas y en la afección de las comunicaciones del sur y del oeste. Es la oportunidad de equilibrar la demografía, en caída libre en el norte, y de apostar, con decisión y rigor, por un turismo modulado, imprescindible para salir de la trampa de la isla subsidiada con la que nos amenazan los datos.

La Ley de las Islas Verdes, sin aplicación efectiva en La Palma, puede complementar las rentas agrarias con actuaciones ajustadas y parar el éxodo de los jóvenes en busca de las oportunidades que su tierra les niega.

Nuestro turismo en pañales puede crecer con una oferta de singularidades que van desde la naturaleza fantástica de un territorio que tiene, junto a las selvas termófilas supervivientes de la Era Terciaria, las tierras más jóvenes de este cuadrante atlántico; un clima suave, liberado de los rigores por los vientos alisios, una variedad botánica inaudita en un territorio tan breve y una geografía de contrastes, declarada Reserva Mundial de la Biosfera, un Parque Nacional de Montaña de fama mundial –la Caldera de Taburiente– y un amplio repertorio de espacios protegidos, parques y monumentos naturales. Y, naturalmente, una galería única de paisajes volcánicos, completada por la erupción del último otoño. Y para la novísima y selecta modalidad de astroturismo, el mejor Observatorio Astrofísico del Hemisferio Norte.

La catástrofe ofrece la última oportunidad de desarrollo a una isla con activos de naturaleza y cultura suficientes para dejar atrás la melancolía y la inoperancia, el debate bizantino y las pugnas aldeanas y, con firme unidad patriótica, construir un mañana más sólido y optimista.

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