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Alfonso González Jerez

Retiro lo escrito

Alfonso González Jerez

Los talismanes de Torres

Leo en algún sitio que Ángel Víctor Torres, presidente del Gobierno autónomo y líder socialista, tiene más valor político-electoral que la marca PSOE. Se supone que esta aseveración se nutre en lo bien que le cae a la gente y que lo bien que le cae a la gente se deriva de los aplausos que recibe cuando se desplaza sonriente y empático entre los mortales. Intuyo, la verdad, que hemos perdido un poco el sentido común. Torres no es un presidente popular, ninguno de sus antecesores lo fue en el ámbito canario. Manuel Hermoso fue sin duda muy popular en Tenerife y Jerónimo Saavedra en Gran Canaria, pero ningún jefe del Gobierno autónomo ha sido popular en todo el archipiélago. Por supuesto la imagen de Torres es mimada por la televisión y la radio públicas casi tanto como la de su vicepresidente Román Rodríguez. En más de tres años de mandato al presidente Torres solo lo ha entrevistado el director general de RTVC por las gónadas de Francisco Moreno y periodistas cuyas empresas mantenían vínculos contractuales con el ente público, más dos o tres guatatiboas con los directores de los medios de comunicación que lo tratan con un respeto reverencial, como monjes copistas que reúnen el mejor material para una hagiografía.

Pero al fin y al cabo no se trata de nada de eso. Simplemente no existen políticos populares a estas alturas de siglo. Existen políticos profesionales con hinchadas más o menos furibundas, en las que cabe distinguir dos grupos: los que les deben sus sueldos, su estatus y sus prebendas y los memos que están dispuestos a tolerar cualquier patada a la verdad o la decencia por razones ideológicas. Torres dispone de un ejército de cargos públicos (gobierno, cabildos, ayuntamientos) como jamás ha tenido un presidente socialista en Canarias. Esa (y la presidencia) es su verdadera base de poder y no su bonhomía o su singular arte en dar palmaditas en la espalda. El PSOE gestiona –o cogestiona– globalmente unos 13.000 millones de euros en esta Comunidad. Una cifra políticamente más contundente que cualquier sonrisa.

En una de sus grandes parodias el programa catalán Polonia sacó a Mariano Rajoy cantando que sus mierdas eran su principal talismán. Algo así ha ocurrido con Ángel Víctor Torres. De las desgracias de su sufrido mandato ha escogido los dolorosos materiales para su corona de gloria. Todos estamos dispuestos a admirar a un hombre de mala suerte pero muy buena voluntad y ese es el papel, precisamente, que ha encarnado el señor presidente con general beneplácito. Un gafe diligente y encantador. En ese sentido ha sido su propio jefe de Comunicación, animado además por un equipo que le ríe todas las gracias y aplaude cualquier ocurrencia. Torres es un viudo de sucesivas esperanzas –la próxima la espichará en otoño– que pone cara de solidaridad y se enamora de cualquier horizonte de superación. Lo mejor es que las desgracias continuas diluyen la responsabilidad. No se tiene la culpa por una pandemia universal o por una erupción volcánica. Con esa imagen de estar a punto de ser sobrepasado se pueden identificar miles de isleños, porque no es un triunfador, sino un señor de medianías que escapa de chiripa y que puede contarlo. Y lo cuenta una y otra vez, por supuesto. Lo suyo es contarlo.

La intuición política de Torres suele equivocarse pero lo protege, precisamente, que sea más rehén de sus circunstancias que víctima de sus errores. Si el Gobierno central no subvenciona el 100% el transporte interurbano en Canarias –como sí hace con los trenes de cercanías y de recorrido medio en la Península– pues el presidente se marcha a Madrid a ver a la ministra de Transporte y agradecerle el trato discriminatorio con una satisfacción descorbatada. Lo mejor que podría ocurrirle para ser reelegido es que un cometa cayera sobre el Archipiélago y carbonizara a la mitad de los electores. Probablemente arrasaría.

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